¿Cómo era María, la madre de Jesús?

Una virgen, muchos rumores, y el nacimiento del Salvador del mundo

En el previo estudio, vimos a Zacarías, un sacerdote fiel, convertirse en el padre de Juan el Bautista. En este estudio conoceremos a María, y echaremos un vistazo a la vida de la madre de nuestro Salvador.

Cuando pensamos en María, ¿qué imagen viene a la mente? ¿Una joven linda y de piel clara, con una mirada dulce, cargando a un bebé limpiecito? Quizás el nacimiento de Jesús no fue tan limpio ni tan seguro como solemos imaginar.

No tenía la piel clara ni vestía ropa impecable

No sabemos a ciencia cierta cómo lucía, pero podemos suponer que la verdadera María no se parecía a las imágenes que tenemos de ella: delgada, con la piel clara y resplandeciente, llevando un velo azul pálido. Es muy probable que María fuera una mujer bajita, con las manos duras y fuertes por tanto trabajar, con caderas anchas, piernas cortas y robustas, y un cabello negro muy largo.  Vestía un mismo atuendo que usaba todo el tiempo, marcado por las manchas del trabajo y el desgaste. Tal vez no destacara por su belleza exterior, pero por su fe, su actitud y su pureza, poseía una hermosura silenciosa que llamó la atención de Dios.

María vivía en Nazaret, un pueblo pobre y apartado, lejos del esplendor de Jerusalén. Era una campesina recta y humilde; probablemente no sabía leer ni escribir, pero Dios la escogió para ser la madre de su único Hijo.

No estaba enamorada de José

En aquel tiempo, todos los matrimonios eran arreglados y las parejas no se casaban por amor; quizá con el tiempo llegaban a quererse. Como era la costumbre, los matrimonios se arreglaban tan pronto como las muchachas comenzaban a menstruar, de modo que tuvieran la mayor oportunidad posible de cumplir con el mandato de Dios de ser fructíferas.

El padre de María arregló su matrimonio con José, aunque es probable que ella ni siquiera lo conociera. José, por su parte, no era un anciano. Los eruditos bíblicos señalan que, en aquel entonces, las muchachas se casaban alrededor de los 12 a 14 años, y los varones entre los 16 y 17. La imagen que tenemos de un José de unos treinta años buscando casarse es muy improbable.

Lo más probable es que José tuviera apenas dos o tres años más que María, con una carrera de carpintero ya establecida. Fue escogido por Dios para ser el padre terrenal de su Hijo: un hombre que escuchaba y obedecía a Dios, un buen hombre en quien María podía confiar plenamente.

Los habitantes de Belén pensaban que José y María no habían esperado el año tradicional del compromiso, o quizá que María había sido infiel durante los tres meses que estuvo con su prima Elisabet. Seguramente el pueblo anhelaba matarla por lapidación, como lo exigía la ley cuando una mujer tenía relaciones fuera del matrimonio.

Conocía la palabra de Dios y la profecía sobre El Mesías

Aunque probablemente fuera analfabeta, María conocía la palabra de Dios, incluso la profecía sobre el Mesías. Así comienza su historia con el encuentro que tuvo con Gabriel, el mensajero de Dios.

No tengas miedo, María, porque Dios está contento contigo

Lucas 1:26-38: Al sexto mes de embarazo de Elisabet, Dios envió al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret.  El ángel se le apareció a una joven llamada María, una virgen comprometida para casarse con un hombre llamado José, de la familia de David.  El ángel entró al lugar donde estaba la joven y le dijo:

—¡Hola! El Señor está contigo y quiere bendecirte.

Pero lo que dijo el ángel la dejó muy confundida y se preguntaba qué podría significar esto. El ángel le dijo:

—No tengas miedo, María, porque Dios está contento contigo.  ¡Escúchame! Quedarás embarazada y tendrás un hijo a quien le pondrás por nombre Jesús. Tu hijo será un gran hombre, será llamado el Hijo del Altísimo y el Señor Dios lo hará rey, como a su antepasado David.  Reinará por siempre sobre todo el pueblo de Jacob y su reinado no tendrá fin.

Entonces María le dijo al ángel:

—¿Cómo puede suceder esto? Nunca he estado con ningún hombre.

El ángel le contestó:

—El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso al niño santo que va a nacer se le llamará Hijo de Dios. También escucha esto: tu pariente Elisabet, aunque es de edad avanzada, tendrá un hijo. Decían que no podía tener hijos; sin embargo, está en el sexto mes de embarazo. ¡Para Dios nada es imposible!

María dijo:

—Soy sierva del Señor, que esto suceda tal como lo has dicho.

Y el ángel se retiró.

Que esto suceda tal como lo has dicho

Gabriel le dijo a María que no tuviera miedo, el mismo mandato que aparece con más frecuencia que cualquier otro a lo largo de la Biblia. Sería natural, en la posición de María, sentir mucho temor e intentar planear cómo decírselo a la gente y a José, cómo ocultar su estado o cómo escapar a otro territorio donde nadie la conociera. Pero no hizo eso.

Es probable que sí sintiera miedo, pero su fe en Dios era más fuerte que su temor. María no resistió, no peleó, no se mordió las uñas con angustia, ni le imploró que, por favor, eligiera a otra para recibir tal bendición. Como tenía el favor de Dios, es posible que no fuera la primera vez que había tenido un encuentro con un ángel; quizá la hubiera visitado anteriormente para prepararla para este momento. Tal vez por eso le resultó más fácil aceptar el mensaje, a diferencia de Zacarías.

Como María era la elegida de Dios, sabemos que era recta y, por lo tanto, conocía muy bien las Escrituras, incluso las profecías sobre el Mesías. Quizás se refugiaba en este versículo:

Isaías 7:14: Por tanto, el Señor les dará una señal:» Miren, la joven quedará embarazada y dará a luz un hijo, al que llamará Emanuel.

María entendía lo que esto implicaba: que iba a dar a luz al Hijo de Dios, aquel que salvaría al mundo entero. Comprendía el gran privilegio y la enorme responsabilidad de este llamado. Le preguntó a Gabriel cómo esto sería posible, pues era virgen. Conocía la Palabra, pero no entendía cómo se llevaría a cabo; era una pregunta lógica.

El ángel le respondió que el Espíritu Santo vendría sobre ella y que el poder del Altísimo la cubriría con su sombra. Esto no tenía nada que ver con los mitos de Zeus, que tomaba diferentes formas para embarazar a mujeres. El Espíritu Santo viniendo sobre María era semejante a cuando descendió sobre Moisés y David, otorgándoles Su favor y sabiduría. Recordemos que, antes de la resurrección de Jesucristo, muy pocas personas gozaban de la presencia del Espíritu Santo.

La peligrosa posición de María

Leemos cómo José planeó divorciarse de la embarazada María sin causar un escándalo, lo cual habría sido su muerte.

Espera ¿Quién es el padre?

Mateo 1:18-19: Así fue como ocurrió el nacimiento de Jesús el Mesías: María, la mamá de Jesús, estaba comprometida para casarse con José. Antes de la boda, descubrió que estaba embarazada por el poder del Espíritu Santo. José, su futuro esposo, era un hombre recto y no quería que ella fuera avergonzada en público. Así que hizo planes en secreto para romper el compromiso de matrimonio.

Embarazarse antes de casarse era una sentencia de muerte

Según la costumbre de aquel tiempo en Israel, había tres etapas antes de casarse. Primero, el compromiso, todo arreglado por los padres de los jóvenes. Segundo, el desposorio, una ceremonia en la que intercambiaban promesas mutuas. Aproximadamente un año después venía el matrimonio, cuando el novio llegaba para llevarse a la novia, y así comenzaban a vivir como una pareja casada.

Cuando Gabriel vino a anunciarle las buenas noticias a María, ella y José estaban en la segunda etapa, el desposorio. No vivían juntos ni habían tenido relaciones, pero en todos los demás sentidos era como si ya estuvieran casados; por lo tanto, para romper su compromiso se necesitaba un divorcio.

En esas circunstancias, era probable que todos quisieran que José se divorciara de María, viéndola como una mujer deshonrada. El texto implica que, al escuchar la historia del encuentro con un ángel, José no la creyó. Tal vez no la amaba, pero como era un hombre justo, se sintió herido por lo que parecía una traición; sin embargo, no quiso que ella muriera por lapidación ni por otro castigo.

Entonces Dios le envió un sueño en el que un ángel confirmó todo lo que su prometida le había dicho. Para el resto de sus vidas, es probable que la gente siguiera creyendo que María había sido infiel y una mala mujer. Pero María, como su primogénito, estaba dispuesta a identificarse con los pecadores para un propósito mayor.

Elisabet la consuela

Después de recibir la noticia, María fue a visitar a su prima. No quería comprobar lo que Gabriel le había dicho acerca del embarazo de Elisabet, sino que anhelaba estar con alguien que no la juzgara y que la confortara. Quizá, tras algunas amenazas de sus vecinos, los padres de María la enviaron allá para calmar los rumores y el enojo de los de Nazaret.

Gabriel le había asegurado a María que Elisabet también tendría un hijo, para consolarla y ayudarla a entender que lo que estaba sucediendo era un milagro, totalmente bajo el control de Dios. Dios anticipó que María necesitaría apoyo emocional, especialmente durante los primeros meses de su embarazo, y que su pariente Elisabet, llena de fe, creería las noticias y no dudaría de su pureza.

Es probable que María no estuviera presente en el nacimiento de Juan, sino que regresara a Nazaret para evitar cualquier contacto con la sangre y mantenerse ceremonialmente pura.

Roma quería sus impuestos

Era muy arriesgado viajar, especialmente para una mujer embarazada. Así continúa la historia, con el mandato de registrarse y su viaje peligroso a Belén.

Los censos solían ser muy violentos

Lucas 2:1-7: En esos días el emperador Augusto ordenó que se levantara un censo de todo el mundo habitado. Este primer censo se levantó cuando Cirenio era el gobernador de Siria. Por lo tanto, cada uno tenía que ir a inscribirse a su propio pueblo.

Entonces José también salió del pueblo de Nazaret de Galilea. Se fue a Judea, a Belén, al pueblo del rey David, porque era descendiente de él. Se registró con María, quien estaba comprometida con él. Ella estaba embarazada y mientras estaban allí, llegó el momento de que diera a luz.  Al nacer su hijo primogénito, lo envolvió en retazos de tela y lo acostó en un pesebre dentro de la casa, porque no había ningún lugar para ellos en el cuarto de huéspedes.

No había ningún lugar para ellos en el cuarto de huéspedes

Según los historiadores, el censo que tuvo lugar en las provincias romanas fue un tiempo violento y caótico, definitivamente no un buen contexto para dar a luz. Los censos no funcionaban como los de hoy; servían únicamente para aumentar la recaudación de impuestos. Los soldados romanos utilizaban cualquier método necesario para obtener lo que exigían: no les importaba recurrir a la manipulación, las mentiras o la fuerza. Muchas personas que no podían pagar los impuestos obligatorios terminaban muriendo en las cárceles para deudores.

El viaje fue muy peligroso para la pareja, pero especialmente para María. Los caminos eran difíciles de transitar: había ladrones, serpientes y arañas venenosas, además de numerosos controles de seguridad, llenos de romanos que los revisaban y robaban. La distancia entre Nazaret y Belén era de unas 90 millas, una travesía muy larga para cualquier persona que viajara a pie, la única opción para los campesinos israelitas. Para una mujer embarazada, aquel recorrido era casi inimaginable, pero Dios los cuidó y protegió en cada momento.

La decisión de José de llevar a María consigo a Belén la sacó de Nazaret, donde todos hablaban mal de ella y de él por aceptarla. No sabemos cuánto tiempo tardaron en llegar a Belén, pero quizá el viaje duró alrededor de un mes, o incluso más. El texto dice que, mientras estaban en Belén, llegó el momento de dar a luz.

La imagen que tenemos de José buscando una posada para la pareja no corresponde a lo que realmente sucedió; posadas como tal no existían en aquel tiempo. Más bien buscó el equivalente de un cuartito —quizá ni siquiera privado— en la casa de alguna familia que lo alquilaba a la muchedumbre que había llegado por el censo.

Al dar a luz, era improbable que hubiera una partera disponible para ayudarla. Sin duda José la asistió en el parto, algo que los hombres no solían hacer, pero Dios le permitió compartir este milagro.

Jesús fue su primogénito, pero José y María tuvieron otros hijos; ella no fue una virgen perpetua. María era una mujer recta pero una pecadora como todos y, no debemos adorarla ni orarle.

Reflexión:

1        ¿Qué nos enseña la disposición de María a aceptar el mensaje del ángel acerca de confiar en Dios incluso cuando no entendemos cómo se cumplirán sus promesas?

2        ¿Cómo podemos imitar la humildad de María, que aceptó un papel difícil y lleno de riesgos, viendo su vida como un servicio a un propósito mayor?

3        ¿De qué manera la experiencia de María, al ser juzgada injustamente por su entorno, nos invita a reflexionar sobre cómo enfrentamos la crítica o la incomprensión en nuestra propia vida?

Anterior
Anterior

Elisabet, la madre de Juan el Bautista

Siguiente
Siguiente

Zacarías, el padre de Juan el Bautista