¿Quién era Melquisedec?

Una sombra del Mesías

En el estudio anterior, repasamos momentos clave en la vida de Abraham, el padre de nuestra fe. Ahora continuaremos nuestro recorrido por el libro de Génesis, examinando quién fue Melquisedec, rey de Salem y sumo sacerdote del Dios Altísimo. En este estudio, vamos a conocer a Melquisedec:

  • Rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, quien salió al encuentro de Abraham después de su victoria sobre los reyes.

  • El que bendijo a Abraham, lo cual indica su superioridad, ya que “el que bendice es mayor que el que recibe la bendición”.

  • Receptor del diezmo, a pesar de no ser descendiente de Leví, lo que demuestra que su sacerdocio no dependía de la ley mosaica (que no existió todavía).

  • Sin genealogía registrada, sin principio ni fin, lo que lo hace semejante al Hijo de Dios y sacerdote para siempre.

¿Quién era Melquisedec?

Existen diversas teorías sobre la identidad de este enigmático personaje, pero la verdad es que nadie lo sabe con certeza. No hay registros sobre sus padres, ni conocemos su lugar de origen. Lo que sí podemos afirmar es que Melquisedec fue una figura semejante a Jesús, aunque no una encarnación de Él. Ambos comparten varias características: son reyes y sumos sacerdotes—reyes de paz y de justicia, y sacerdotes eternos.

Abram conoció a Melquisedec después de rescatar a su sobrino Lot, quien acampaba en las afueras de Sodoma y fue secuestrado en medio del caos de una guerra entre nueve reinos. Tras esta batalla, como salido de la nada, apareció Melquisedec y se presentó ante Abram como rey de Salem y sumo sacerdote del Dios Altísimo.

Aparentemente, Salem—de donde Melquisedec era rey y sacerdote—no estuvo involucrado en la guerra, y desconocemos por qué él se encontraba allí. Algunos estudiosos bíblicos estiman que Salem llegó a convertirse en Jerusalén.

Muy agradecido de que ninguno de sus 318 hombres muriera en la guerra—un milagro en sí mismo—Abram entregó a Melquisedec la décima parte del botín obtenido en la contienda. Continuamos con el encuentro entre Melquisedec y Abram.

Rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo

Génesis 14:18-20: Melquisedec, rey de Salem, trajo vino y pan. Él era sacerdote del Dios Altísimo. Bendijo a Abram y le dijo:

«Abram, que el Dios Altísimo te bendiga, creador del cielo y de la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, quien entregó en tu poder a tus enemigos».

Abram le dio a Melquisedec la décima parte de lo que había conseguido en batalla. 

Comunión, una bendición, y una ofrenda

A diferencia de otros encuentros con Jesús encarnado, Abram nunca declaró estar en la presencia de Dios, como lo haría más adelante al recibir una visita del Señor. En aquel tiempo, todos los pueblos adoraban ídolos, pero Melquisedec fue el primer sumo sacerdote del único Dios verdadero.

Muchas preguntas surgen: Si era sumo sacerdote, ¿había otros sacerdotes? ¿Cómo conoció a Dios? ¿Quién era su familia?

No tenemos respuestas. Melquisedec no era como los sacerdotes que vendrían más adelante, descendientes de la línea de Leví. Como rey y sumo sacerdote, sin principio ni fin, fue más importante que Aarón, el primer sumo sacerdote. Ofreció una sombra de lo que sería la comunión, y aceptó el diezmo—una práctica que más tarde sería ofrecida a Dios.

La bendición que Melquisedec dio a Abram revela algo sobre su estatus: Siempre es el más grande quien bendice al menor.

Jesús: el sumo sacerdote perfecto

Todos los sumos sacerdotes nacieron y murieron como cualquier otro ser humano. Como eran hombres, pecaron, y por ello debían ofrecer sacrificios no solo por el pueblo, sino también por sus propios pecados.

Pero Jesús jamás pecó. No necesitó hacer sacrificios por sí mismo. Gracias a su vida sin pecado, se ofreció una sola vez, por todos y para siempre, tomando sobre sí nuestros pecados. Por medio de ese sacrificio único, tenemos la seguridad de una salvación eterna.

Él es puro, perfecto, eterno, y completamente unido a Dios. Jesús es el sumo sacerdote ideal: totalmente Dios, totalmente perfecto. Y porque vivió como hombre, nos comprende profundamente. Sabe cómo consolarnos, cómo ayudarnos, y cómo interceder ante Dios por lo que realmente necesitamos.

Ahora, continuamos con el texto, leyendo lo que el autor de Hebreos dice sobre Melquisedec.

Sacerdote para siempre

Hebreos 7:2-4: Entonces Abraham le dio la décima parte de todo lo que tenía. El nombre Melquisedec tiene dos significados: «rey de justicia» y «rey de Salem», o sea «rey de paz». Nadie sabe de dónde salió Melquisedec; no se sabe si tuvo papá y mamá, ni se sabe tampoco del principio ni del fin de su vida. Con él sucede como con el Hijo de Dios: sigue siendo sacerdote para siempre.  Fíjense en la gran importancia que tenía Melquisedec: Abraham mismo, nuestro gran antepasado, le dio la décima parte de todo el botín de guerra. 

Nadie sabe de dónde salió Melquisedec

Abraham vivió antes de que Dios entregara la ley a Moisés, la cual establecía que todos los sacerdotes debían ser descendientes de Leví. Sin embargo, Melquisedec claramente no provenía de esa línea, y Jesús, por su parte, era de la tribu de Judá. La ley también dictaba que los sacerdotes eran quienes debían recibir el diezmo, pero Melquisedec fue el primero en recibirlo, mucho antes de que existiera la ley.

Ahora continuamos con el texto en Hebreos 7, donde se describe la bendición que Melquisedec dio a Abram.

Melquisedec sigue viviendo

Hebreos 7:6-8: Melquisedec no era descendiente de Leví, pero de todos modos recibió esa décima parte como ofrenda de Abraham. Melquisedec bendijo a Abraham, el hombre que tenía las promesas de Dios. Todos saben que el más importante bendice al menos importante. Los sacerdotes reciben la décima parte, pero ellos son simples mortales; sin embargo, se da testimonio de que Melquisedec sigue viviendo. 

La ley no fue suficiente

Abraham es el padre de nuestra fe. Sin embargo, fue Melquisedec quien lo bendijo, y no al revés. Aunque se habla muy poco de Melquisedec, su papel es profundamente importante: Dios lo elevó por encima de Abraham, el hombre con quien hizo una alianza.

Melquisedec fue una sombra de Jesús, aunque no era Jesús. La ley no fue suficiente para salvar a la humanidad, y nunca fue su propósito hacerlo. Más bien, la ley fue una sombra de lo que vendría: la ley encarnada y perfecta en Jesús.

Continuamos con el texto, leyendo cómo la ley no pudo salvarnos, y por eso necesitamos un sacerdote como Melquisedec—uno eterno, perfecto, y capaz de interceder por nosotros.

Era necesario que apareciera otro sacerdocio

Hebreos 7:11-12, 15-17: …Era necesario que apareciera otro sacerdocio, pero no como el de Aarón, sino como el que tiene Melquisedec. Cuando cambia el sacerdocio, cambia también la ley.  Todo se aclara cuando aparece Jesús, que es sacerdote como Melquisedec.  Jesús no fue designado sacerdote por voluntad humana, sino por el poder de su vida indestructible, porque se da testimonio de él: «Eres sacerdote para siempre, tal como fue Melquisedec».

Jesús, nuestro sacerdote eterno

Al tomar sobre sí nuestro pecado en la cruz y ofrecerse en sacrificio, Jesús se convierte en nuestro sumo sacerdote, según el orden de Melquisedec. Al aceptar el regalo de la salvación, no solo somos perdonados, sino que somos justificados. Jesús deshace el poder condenatorio de la ley y la reemplaza con su propia persona: la ley viva, perfecta y encarnada.

Ya no es la ley la que nos acerca a Dios, sino Jesús mismo. Por eso, como Melquisedec, Jesús es el sumo sacerdote para siempre—no por linaje humano, sino por juramento de Dios.

Este pasaje subraya que el sacerdocio de Melquisedec es un tipo del sacerdocio eterno de Cristo: superior, eterno, y no limitado por la ley.

Reflexión:

1.      ¿Qué revela el encuentro entre Melquisedec y Abraham sobre la naturaleza del sacerdocio que Dios aprueba, incluso antes de la ley mosaica?

2.      ¿Cómo cambia nuestra comprensión del acceso a Dios cuando vemos a Jesús como sacerdote según el orden de Melquisedec, en lugar del sacerdocio levítico?

Anterior
Anterior

¿Quiénes eran los tres que visitaron a Abraham?

Siguiente
Siguiente

Téraj, el padre de Abram