Dios le pidió a Abraham sacrificar a su hijo Isaac

¿Reconoces las pruebas espirituales?

Imagina por un momento que lo que más anhelas en la vida es ser madre. Te casas y esperas comenzar una familia. Parece que todas tus amigas quedan embarazadas tan pronto como se casan. Tú sigues esperando, mientras tus amistades tienen a sus segundos y terceros hijos. Después de años de intentarlo y esperar, entras en la menopausia. Ya no queda esperanza. Cada logro de los hijos de tus amigas te duele.

Un día, milagrosamente pero muy anunciado por Dios, quedas embarazada. En tu vejez, das a luz a un niño saludable; los médicos no lo pueden creer. Amas tanto a ese niño. Lo ves dar su primer paso, lo escuchas con placer cuando su primera palabra es “mamá”. Tu hijo crece, y un día, ya siendo joven, Dios te dice que debes matarlo.

¿Seguramente escuchaste bien a Dios? ¿Te pediría semejante barbaridad? Pero sí, definitivamente escuchaste a Dios mandarte a sacrificar a tu hijo.

¿Qué harías?

Una prueba espiritual

Nos resulta difícil comprender esta historia hoy en día, cuando existen leyes muy claras contra el homicidio: un padre que asesina a su hijo enfrentaría una larga condena en prisión.

Vale la pena notar que, en la época en que ocurrió este relato, parte del culto a dioses falsos incluía el sacrificio de hijos como medio para apaciguarlos. Es posible que Abraham haya presenciado tales rituales mientras vivía en Ur. ¿Por qué, entonces, Dios le pediría participar en una práctica pagana, cuando lo había llamado a salir del paganismo?

Sin embargo, el estudio de hoy no se centra en cuestiones morales ni legales, sino en una prueba espiritual.

Dios puso Abraham a prueba  

Abraham pertenecía a un grupo muy exclusivo de personas que escuchaban directamente la voz de Dios. Vamos a examinar la prueba de fe que enfrentó al recibir el mandato de sacrificar a su hijo único y amado, Isaac—ese niño tan esperado.

Un día, cuando Isaac era ya un adolescente, Abraham escuchó con claridad la voz de Dios. Así comienza la historia, con un mensaje de Dios que ningún padre querría recibir.

Tu amado hijo único

Génesis: 22:1-2: Después de todo esto Dios puso a prueba a Abraham. Le dijo:

—¡Abraham!

Y él le dijo:

—Aquí estoy.

Luego Dios dijo:

—Toma a Isaac, tu amado hijo único, ve a la tierra de Moria y ofrécelo como un sacrificio que debe quemarse completamente, en la montaña que yo te indicaré.

Abraham, ¡sacrifica a tu hijo!

¿A qué se refiere la frase “Después de todo esto”? A los noventa años, Sara dio a luz a Isaac. Poco después, la nueva madre insistió en la expulsión del primogénito Ismael; Dios estaba de acuerdo con ella y se lo comunicó a Abraham. Luego, Abraham hizo un pacto de paz con Abimelec, quien había devuelto a Sara sin tocarla. ¡Y todo esto ocurrió tan solo en el capítulo anterior! La vida de esta pareja estaba repleta de milagros, marcada por una clara evidencia de la presencia de Dios.

Por fin, Abraham y su campamento vivían en paz en Canaán. Habían visto el cumplimiento de la promesa de Dios con el nacimiento milagroso de Isaac. Pero en medio de la paz… vino la tormenta.

Es fácil juzgar a Abraham: conocía bien a Dios, sabía cuán fiel había sido, cuánto valoraba la vida, y que jamás le pediría matar a su hijo—el hijo con quien iba a cumplir Sus promesas y establecer Su descendencia. Pero tenemos que recordar que Abraham no sabía cómo iba a terminar esta historia. Solo sabía que debía obedecer. Seguramente habría preferido sacrificarse él mismo antes que entregar a su amado Isaac.

Dios llamó a Isaac “tu hijo único, a quien amas.” ¿Quién más sacrificó a su amado hijo único?

Obedeció de inmediato

Abraham obedeció de inmediato. A la mañana siguiente, se levantó temprano, tomó a Isaac, a dos siervos, y partieron con un burro, leña y provisiones para el viaje. Normalmente se escogería un cordero del rebaño para el sacrificio, y quizás los siervos se sintieron confundidos al notar su ausencia.

El viaje a Moria tomó tres días. Durante ese tiempo, Abraham hablaba constantemente con Dios. Su corazón latía con fuerza, como si lo llevara en la boca. Por las noches, se acostaba junto a su hijo, protegiéndolo, sudando, llorando en silencio, orando… pero sin recibir respuesta alguna.

Totalmente angustiado, siguió adelante. Pudo haber regresado al campamento, diciéndole a Dios que lo que le pedía era demasiado. No entendía. Como nosotros, no tuvo una revelación repentina: “Ah, ya veo, es solo una prueba espiritual.” Dudaba de la bondad de Dios: “¿Cómo podría darme un hijo en mi vejez, un hijo con quien iba a cumplir Su promesa… y ahora pedirme que lo sacrifique?” No tenía sentido.

El libro de Hebreos nos da una mirada a la mente de Abraham, y por qué no retrocedió, sino obedeció.

Dios tenía poder para resucitar a los muertos

Hebreos 11:19: Abraham creía que Dios tenía poder para resucitar a los muertos. Entonces se puede decir que prácticamente Abraham recuperó a su hijo Isaac de entre los muertos.

No entiendo, pero creo

No fue que entendiera el plan. No fue que sintiera paz. Fue que conocía a Dios. Sabía que Dios no era cruel. Sabía que Dios no juega con los corazones de los padres. Sabía que, aunque no entendiera el propósito, podía confiar en la persona. Y eso fue suficiente.

Abraham no caminó hacia Moria con respuestas. Caminó con fe. Una fe que decía: “Si Dios me lo pidió, y si Dios prometió que en Isaac se cumpliría Su pacto… entonces, aunque lo sacrifique, Dios lo puede levantar.”

No lo dijo en voz alta. No lo gritó al cielo. Pero lo creyó. Y eso lo sostuvo.

De entre los muertos

Cuando por fin llegaron a Moria, Abraham sentía que iba a desmayarse. Pero tuvo que disimular su desesperación para no asustar a Isaac. Dejó a sus siervos y al burro esperando, mientras subía con su hijo. Les dijo que ambos irían… y que ambos volverían. Esperaba regresar con Isaac. ¿Pero si no? ¿Qué les diría a sus siervos?

Paso a paso, Abraham e Isaac caminaban juntos. Isaac llevaba la leña sobre los hombros—un sacrificio vivo, marchando hacia su muerte. Abraham llevaba el cuchillo. Lo apretaba con tanta fuerza que parecía quemarle la mano.

En el camino, Isaac comenzó a notar que algo no estaba bien. Le hizo una pregunta a su padre. Así continúa la historia.

¿Dónde está el cordero?

Génesis 22:7-8: Isaac le preguntó:

—Aquí tenemos la leña y el fuego, pero, ¿dónde está el cordero que vamos a sacrificar?

Abraham respondió:

—Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.

Dios proveerá

Llegaron al lugar que Dios le había indicado. Construyeron un altar y acomodaron la leña. Abraham seguía orando, rogándole a Dios que no le permitiera matar a su hijo. En algún momento, se rindió. Se volvió hacia Isaac y le confesó que Dios le había pedido sacrificarlo.

Tal vez Isaac intentó correr, pensando que podría escapar. Pero no conocía el terreno, y no había a dónde ir. Sollozando, le suplicaba a su padre que no lo hiciera. Se miraron a los ojos—los dos llorando, respirando con dificultad. Finalmente, Isaac se rindió. Abraham lo ayudó a subir al altar. Entre sollozos y súplicas calladas, Abraham levantó el cuchillo.

Pero el ángel del Señor lo interrumpió. Así continúa la historia.

¡Detente!

Génesis 22:12-13: Luego el ángel dijo:

—¡Detente! No le hagas daño al muchacho. No le hagas nada, porque ahora sé que tú respetas y obedeces a Dios. No le negaste a tu único hijo.

Luego Abraham levantó la mirada y vio un cordero enredado por los cuernos en un arbusto. Así que fue, lo agarró y lo ofreció como sacrificio a cambio de su hijo. 

Un cordero a cambio de su hijo

Aunque el texto no lo dice, imagino que antes de sacrificar el cordero, Abraham sacó a Isaac del altar. Lo abrazó con fuerza, pidiéndole perdón, repitiéndole una y otra vez cuánto lo amaba. Le confesó toda la angustia que había sentido desde el momento en que Dios le pidió sacrificarlo, y le habló de lo importante que es obedecer a Dios—aunque no queramos, aunque parezca imposible. Se sentaron abrazados un rato, llorando. Isaac le confesó lo asustado que había estado, y Abraham le aseguró que jamás le haría daño si no fuera por mandato de Dios. Isaac le dijo que lo entendía, que no guardaba rencor ni a él ni a Dios.

Después de sacrificar el cordero, el ángel del Señor volvió a hablarle a Abraham. Así continúa el final de esta historia, leyendo las palabras que el ángel le dijo.

Porque no me negaste a tu hijo, tu único hijo, te daré mi bendición

Génesis 22:16-18: —El SEÑOR ha dicho: “Prometo por mí mismo que porque hiciste esto y no me negaste a tu hijo, tu único hijo, te daré mi bendición y multiplicaré tu descendencia. Tendrás tantos descendientes como estrellas hay en el cielo y arena a la orilla del mar. Ellos se apoderarán de las ciudades de sus enemigos. También prometo que todas las naciones del mundo serán bendecidas por tu descendencia, gracias a que tú me obedeciste”.

Reflexión:

1.       ¿Qué significa para ti la obediencia de Abraham, incluso cuando no entendía el propósito de Dios? ¿Cómo manejas situaciones en las que sientes que Dios te pide algo difícil o incomprensible?

2.       Isaac confió en su padre y en Dios, incluso en un momento de miedo y vulnerabilidad. ¿Cómo puedes cultivar una fe que confíe en Dios, aun cuando enfrentas incertidumbre o temor?

3.      La historia del sacrificio de Isaac apunta hacia el sacrificio de Jesús, el Hijo de Dios, como el cordero provisto para nuestra salvación. ¿Cómo te impacta esta conexión al considerar el amor y la provisión de Dios en tu vida?

Anterior
Anterior

Abraham: el padre de nuestra fe

Siguiente
Siguiente

¿Quién era Ismael?