Labán persiguió a Jacob e hicieron un pacto
Venganza, ira, una reprenda, y un acuerdo
En el estudio anterior, Jacob, junto con su familia y todas sus posesiones, escapó de Padán Aram mientras Labán y sus hijos estaban en los campos esquilando ovejas. Tres días después, los siervos de Labán descubrieron la huida y se lo comunicaron. Labán, enfurecido, partió de inmediato para perseguirlo. Aunque el texto no lo dice explícitamente, es evidente que Labán regresó a su casa antes de partir, y allí descubrió que sus ídolos ya no estaban allí, un detalle que será crucial más adelante.
Una semana después, justo cuando Jacob pensaba que por fin podrían respirar, Labán y sus hombres lo alcanzaron. Pero antes de que pudiera alcanzarlo y ejecutar su venganza, cayó la noche, y Dios le habló a Labán en un sueño. Así comienza la historia de Labán persiguiendo a Jacob.
Dios reprendió a Labán
Génesis 31:24: Esa noche Dios se le apareció en un sueño a Labán el arameo y le dijo: «¡Cuidado! No le digas nada a Jacob, ni bueno ni malo».
No le hagas nada a Jacob
La mañana siguiente, Labán llegó al campamento de su yerno. Quería herirlo, pero después de tanto tiempo con Jacob, sabía mejor que no obedecer a su Dios. Así continua la historia con lo que Labán le dijo a Jacob sobre el efecto de su huida.
Huiste, me engañaste, y llevaste a mis hijas
Génesis 31:26-30: Labán le dijo a Jacob:
—¿Por qué huiste y me engañaste? Te llevaste a mis hijas como si fueran mujeres capturadas en una guerra. ¿Por qué huiste en secreto? Si me lo hubieras dicho te habría despedido con alegría y con música de tambores y arpas. No dejaste que les diera un beso de despedida a mis nietos y nietas. ¡Fuiste un tonto al hacer esto! Yo soy capaz de hacerte daño, pero anoche se me apareció en un sueño el Dios de tu papá y me dijo: “¡Cuidado! No le digas nada a Jacob, ni bueno ni malo”. Yo sé que te fuiste porque quieres regresar a la casa de tu papá. Pero, ¿por qué te robaste los dioses de mi familia?
Soy capaz de hacerte daño
Vemos la contradicción en las palabras de Labán a Jacob: primero lo regañó por huir, diciendo que quería darle una fiesta de despedida, pero luego lo llamó tonto y le advirtió que no olvidara quién tenía el poder de hacerle daño. Afirmó que lo habría herido si no fuera porque Dios se lo impidió en sueños.
Labán se mostró incapaz de fingir amabilidad o buenas intenciones. A lo largo de su relación con Jacob, vemos un patrón: primero el engaño, luego el enojo, siempre procurando salirse con la suya. Labán es un maestro en usar sus palabras para provocar vergüenza.
Jacob le respondió que huyó por temor a que le quitaran a sus esposas, aunque no mencionó la verdad más profunda: que temía perder los bienes que por fin había adquirido. Es interesante que Jacob temiera perder a Lea, aunque ella fue impuesta en su matrimonio por engaño.
Labán, por su parte, no entendía cómo Jacob podía tener la bendición de un Dios que no permitía la adoración de otros dioses, mientras alguien en su campamento había robado sus ídolos. Aunque reconoció al Dios de Jacob cuando le habló en sueños, todavía creía que un dios podía ser poderoso y al mismo tiempo vulnerable, como si lo divino dependiera de lo humano. Jacob le dio permiso a su suegro para buscar los ídolos donde quisiera, añadiendo que cualquiera que los tuviera debía morir—sin saber que Raquel los había robado. Seguramente, jamás permitiría que se le hiciera daño a su amada.
Lo retó a buscar en todo el campamento, y si algo le pertenecía, que se lo llevara. Labán y sus hijos registraron las carpas de Jacob, Lea y las dos concubinas, pero no encontraron nada. Luego fueron a la carpa de Raquel. Ella no se puso nerviosa, ni salió a saludar a su padre como los demás. Se quedó en su tienda, sentada sobre la silla de camello, bajo la cual había escondido los ídolos. No se levantó, y como pretexto, le dijo a su padre que la disculpara por no ponerse de pie ante su presencia, pues estaba en sus días de menstruación. Como no buscaron debajo de su silla, no encontraron nada. Salieron de su carpa para contárselo a Jacob.
La búsqueda infructuosa fue el colmo para Jacob: años de injusticia, soportar lo insoportable y guardar el silencio. Así continúa la historia, con la reprenda que Jacob había guardado por años—y que por fin soltó.
¿Qué crimen cometí?
Génesis 31:36-42: Entonces Jacob se enojó mucho y le dijo:
—¿Qué crimen cometí? ¿Cuál fue mi pecado para que vinieras en mi persecución? Ya buscaste entre todas mis cosas y no encontraste nada que fuera tuyo. Si encontraste algo tráelo y ponlo aquí para que nuestros parientes decidan cuál de los dos tiene la razón. En los 20 años que trabajé para ti, ningún cordero ni ninguna cabra recién nacida murió, y no me comí ningún carnero de tus rebaños. Cuando un animal salvaje mataba alguna de tus ovejas, yo la pagaba. Nunca te llevé un animal muerto que no repusiera yo mismo. A mí me robaban de día y de noche. Durante el día, el sol me quitaba la fuerza y durante la noche, el frío no me dejaba dormir. Trabajé 20 años para ti. Los primeros 14 lo hice por tus dos hijas y los últimos seis por tus rebaños. Tú cambiaste mi salario diez veces. Si el Dios de mis padres…no hubiera estado conmigo, me habrías echado con las manos vacías. Pero Dios vio mi tristeza y el resultado de mi trabajo, y anoche te reprendió.
Suegro, solo Dios me salvó de tus engaños
Anteriormente, Jacob era cortés, pero después de que Labán mismo comprobó la inocencia de Jacob, perdió la paciencia. Después de la reprenda, Labán no se disculpó con él por portarse tan malvadamente. Así continua la historia con la reacción de Labán, que revela mucho sobre su carácter.
Todo lo que ves es mío
Génesis 31:43-44: Labán le dijo a Jacob:
—Estas hijas son mis hijas, estos niños son mis niños y los rebaños son mis rebaños. Todo lo que ves es mío. Sin embargo, ¿qué les puedo hacer ahora a mis hijas o a los hijos que ellas han tenido? Ven, hagamos un pacto entre tú y yo, y que haya un testigo entre los dos.
Hagamos un pacto
Labán parecía sufrir de un complejo de grandeza; llegó a decir que todo, incluso sus nietos, le pertenecía. Vemos otra contradicción en sus palabras: “Todo esto es mío. Debes estar agradecido de haber vivido en mis tierras. Pero, sabes qué, soy tan generoso que no voy a llevar todo lo mío a casa… te lo regalo.” No fue lo que Jacob quería escuchar; no fue una disculpa, pero al menos fue un paso en la dirección correcta.
Entonces, como lo hizo años atrás tras soñar con la escalera al cielo, Jacob tomó una piedra como símbolo del pacto. Mandaron a sus siervos a cargar piedras hasta formar un montón. Tanto Labán como Jacob estuvieron de acuerdo en que ese montón serviría como testigo de su pacto, para que ninguno lo rompiera. Pero el pacto vino con condiciones. Así continúa el desenlace de la historia, con las cláusulas que Labán impuso para mantener la paz.
Tengo varias condiciones- acéptalas o no
Génesis 31:50, 52-53: Luego Labán dijo:
—Si les haces daño a mis hijas o si te casas con otra mujer además de ellas, aunque nadie te esté vigilando, recuerda que Dios es el testigo entre tú y yo. El montón de piedras y esta roca son testigos de que nunca cruzaré de aquí hacia tu lado y de que tú nunca cruzarás de aquí hacia mi lado, con intención de hacernos daño. Que el Dios de Abraham…sea el que nos juzgue.
Ya no voy a meterme contigo si tú no te metes conmigo
En efecto, Labán se aseguró de que Jacob nunca regresara a Padán Aram, ni tuviera oportunidad de engañarlo de nuevo. Tampoco volvería a ver a sus hijas ni a sus nietos. Es difícil imaginar que un padre y abuelo pudiera ser tan cruel, prefiriendo proteger sus bienes antes que abrazar a su familia.
Aun después de entregar a sus dos hijas en matrimonio, no confiaba en Jacob para nada. Dijo que Dios estaría vigilándolo, insinuando que, si Jacob rompía el pacto, sería castigado. Jacob aceptó todas las condiciones que su tío propuso—quizás incluso se alegró, pues jamás deseaba regresar a Padán Aram. Quizás, al escuchar los términos del pacto, Raquel se enfadó; si los ídolos eran prueba de propiedad, jamás podría regresar a reclamar lo que consideraba suyo.
Jacob ofreció un sacrificio a Dios ante toda su familia. Luego, por última vez, todos comieron juntos. A la mañana siguiente, Labán se despidió de sus hijas y nietos, les dio un beso y su bendición, y volvió a su casa. Este es el último registro que tenemos de Labán. Parece que nunca cambió, y murió siendo un estafador que jamás conoció al único Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
Reflexión
1. ¿Qué te enseña la actitud de Labán sobre el peligro de aferrarse más a las posesiones que a las personas? ¿Has vivido alguna vez una relación donde el control o el orgullo impidieron una despedida sincera?
2. ¿Cómo manejas el dolor de una despedida que no incluye reconciliación?
3. ¿Qué revela el pacto entre Jacob y Labán sobre la necesidad de poner límites, incluso con la familia? ¿Has tenido que establecer límites para proteger tu paz, aun cuando eso implicaba distancia?


