La rivalidad entre Raquel y Lea

Las muchas mujeres e hijos de Jacob

En el estudio anterior, vimos cómo Jacob fue engañado por su tío Labán, y terminó casándose con dos hermanas: Raquel, la que amaba, y Lea, la hermana mayor. Si ya parece una locura casarse con dos hermanas, sigue leyendo cómo Jacob se involucró, sin querer, con las dos sirvientas de sus esposas, convirtiéndose en un peón dentro de la rivalidad entre Raquel y Lea.

Es una historia que parece sacada de una novela: celos, competencia, deseo de maternidad, y silencios que gritan. Y así comienza esta nueva etapa, marcada por la gran misericordia y consideración que Dios tuvo con Lea, la esposa no amada.

La no amada

Génesis 29:31: El SEÑOR vio que Jacob no amaba a Lea, entonces hizo que ella pudiera tener hijos y Raquel no. 

El SEÑOR vio que Jacob no amaba a Lea

Aunque Jacob no amaba a Lea, ahora que estaban casados, tenía que acostarse con ella de vez en cuando para evitar que su tío Labán se enojara y le hiciera la vida aún más difícil de lo que ya era. Sin embargo, pasaba la mayoría de sus noches con Raquel. Creo que, incluso cuando le tocaba pasar la noche con Lea, Jacob regresaba lo antes posible a la tienda de Raquel, abrazándola hasta el amanecer. El texto lo dice con claridad: Jacob amaba a Raquel.

Pero eso nos lleva a preguntarnos: ¿por qué la amaba tanto, si tenía un carácter difícil? Quizás sería más preciso decir que Jacob sentía una atracción física por ella, más fuerte que todos los disgustos que ella y su familia le causaron. Una prueba, quizás, de lo importante que puede ser la atracción física para los hombres—y de cómo el deseo puede nublar el discernimiento.

A Raquel no le molestaba tanto que su marido tuviera relaciones con su hermana mayor; como Jacob no amaba a Lea, Raquel tampoco parecía amar a Jacob.

Aun así, pronto Lea quedó embarazada y dio a luz al primogénito de Jacob, Rubén. Después vinieron Simeón, Leví y Judá. El texto dice que, después de esto, Lea dejó de tener hijos. Quizás fue por causas naturales, o tal vez después de tener cuatro hijos, Jacob dejó de visitarla.

¿Me amará ahora?

Veamos algunas de las declaraciones de Lea después del nacimiento de sus hijos, según Génesis 29:32–34 y 30:19. Cada frase revela su profundo anhelo de ser amada por Jacob, y cómo cada hijo representaba una esperanza renovada:

·         «Ciertamente, el Señor ha visto mi miseria; ¡ahora mi esposo me amará.»

·         «Ciertamente, el Señor ha oído que no soy amada, y también me ha dado este hijo.»

·         «Ahora, por fin, mi esposo se apegará a mí, porque le he dado tres hijos.»

·         «Dios me ha dado un gran regalo. Ahora, con seguridad, Jacob me va a querer por haberle dado seis hijos.»

Jacob nunca amó a Lea

Es cierto que Dios la vio, pero Jacob nunca se apegó a ella, ni vivía en su tienda, ni respondía con ternura al hecho de que ella le dio tantos hijos. Parece que, aunque Dios le dio la capacidad de concebir, eso no fue suficiente para capturar el cariño de Jacob. Nos compadecemos de Lea: tuvo que soportar la humillación y la soledad que vienen con el desamor. Como veremos más adelante, aun después de darle seis hijos y una hija, Jacob nunca la amó.

Aunque Jacob no pasaba mucho tiempo con Lea, Raquel la envidiaba. La observaba mientras cuidaba a sus hijos; cada vez que Jacob regresaba del campo, antes de verla, iba a visitar a los niños. Eso le provocaba rabia.

Raquel se acostaba con Jacob una y otra vez, y cada mes que no quedaba embarazada, se frustraba. Le echaba la culpa a él. Los hijos eran la única cosa que Lea tenía y que ella no. Raquel quería quitarle esa ventaja. Jamás se le ocurrió que su esterilidad pudiera haber sido provocada por Dios.

Así continúa la historia, con la acusación de Raquel a Jacob.

Si no me das hijos, me moriré

Génesis 30:1-2: Cuando Raquel vio que no le podía dar hijos a Jacob, le dieron celos de su hermana. Entonces le dijo a Jacob:

—Si no me das hijos, me moriré.

Jacob se enojó mucho con Raquel y le dijo:

 —Yo no soy Dios, él es el que no te ha dejado tener hijos.

Yo no soy Dios

Aunque es probable que Raquel no amara profundamente a Jacob, sí deseaba ser madre—al menos para sentirse superior a Lea. Ver a su hermana criar hijos le causaba vergüenza.

Notamos que era Raquel quien se quejaba de no tener hijos. Jacob la amaba, estéril o no; se acostaba con ella por placer. Pero cuando ella le exigió que le diera hijos, en lugar de consolarla, Jacob la reprendió, diciéndole que era Dios quien le había impedido concebir. Podemos derivar varios significados de su amonestación: Uno, que Dios la estaba castigando por algo. Y dos, que el problema físico no era de Jacob—quien ya tenía hijos con Lea.

La madre sustituta

Para Raquel, la respuesta a su infertilidad fue la misma que aplicaba a todo en su vida: usar a otra persona para conseguir lo que quería. Después de ser reprendida por Jacob, no dudó en entregarle a su sirvienta Bilhá para que se acostara con ella.

En aquella época, una sierva era considerada propiedad, obligada a obedecer a su ama hasta la muerte. Como Labán le había dado a Bilhá como sierva, Raquel la consideraba suya, libre de hacer con ella lo que quisiera. Así que Raquel le dio a Jacob para tener relaciones con Bilhá, con la esperanza de concebir un hijo y convertirse en madre sustituta. La idea era similar a la que Sara tuvo con Agar: que su esposo se acostara con la sierva solo lo suficiente para embarazarla, y que, al dar a luz, la madre renunciara a sus derechos, dejando al hijo como propiedad de la ama.

Pero no funcionó así en ninguno de los dos casos.

El texto no dice cómo reaccionó Jacob cuando Raquel le pidió que se acostara con Bilhá. Solo sabemos que lo hizo, quizás rindiéndose, sin querer otro conflicto con su amada.

Extraño triángulo desamoroso

¿Qué pensaba Bilhá al tener que acostarse con el esposo de su ama? Le gustara o no, Bilhá tenía que aceptarlo como cualquier otra tarea doméstica—quizás incluso más desagradable. Pronto, Bilhá quedó embarazada y dio a luz a un hijo, al que Raquel llamó Dan. Después del nacimiento, Raquel exclamó: «Dios ha escuchado mis oraciones y ha decidido darme un hijo».

Pero resulta irónico que dijera que Dios decidió darle un hijo, cuando fue ella quien arregló todo. A fin de cuentas, entregar a Jacob su sierva para acostarse con ella no era la voluntad de Dios, sino la de Raquel.

No sabemos si a Jacob le agradó acostarse con Bilhá o si Raquel se lo exigió, pero lo cierto es que Bilhá quedó encinta nuevamente y dio a luz un segundo hijo, Neftalí. Después del nacimiento, Raquel declaró: «Peleé duro para competir con mi hermana, y yo gané». Con esas palabras, reveló sus verdaderas intenciones—y no tenían nada que ver con Dios. ¿Por qué tenía que competir con Lea, si ya tenía el amor de Jacob? Raquel era una mujer malcriada, acostumbrada a salirse con la suya. Su lucha no era por justicia, sino por ventaja.

El extraño triángulo desamoroso se convirtió en un rectángulo: cuando Lea vio el juego de su hermana, y notó que ya no estaba concibiendo, le dio a Jacob su sierva, Zilpá. Ella y Jacob tuvieron dos hijos, Gad y Aser.

Jacob ahora tenía que mantener a ocho hijos y cuatro mujeres, además de seguir trabajando para Labán por la dote de Raquel. El tramposo se había convertido en peón, atrapado en el juego que Raquel había iniciado. Y a pesar de todo, Raquel seguía siendo la única que él amaba.

La planta del amor

Rubén, el primogénito, ayudaba a su padre en los campos. Un día, le trajo a su madre un regalo: unas plantas de mandrágoras, conocidas como la “planta del amor”.

Raquel vio que Rubén se las había dado a su madre. Y así continúa la historia, con un intercambio inesperado entre las dos hermanas.

Me des de las mandrágoras

Génesis 30:14-16: Durante la cosecha de trigo, Rubén se fue al campo, encontró unas plantas llamadas mandrágoras y se las llevó a su mamá, Lea. Entonces Raquel le dijo a Lea:

—Te ruego que me des de las mandrágoras de tu hijo.

Pero Lea le dijo:

—Tú me quitaste a mi esposo. ¿Ahora me quieres quitar también las mandrágoras de mi hijo?

Entonces Raquel dijo:

—Si me das las mandrágoras de tu hijo, podrás dormir con Jacob esta noche.

Cuando Jacob regresó del campo esa tarde, Lea salió a encontrarse con él. Ella le dijo: «Esta noche tú tendrás relaciones sexuales conmigo. Pagué por ti con las mandrágoras de mi hijo». Entonces Jacob durmió esa noche con Lea.

Pagué por ti

Se creía que los mandrágoras, una planta de raíz, ayudaban a que las mujeres fueran más fértiles. Rubén, quizás al escuchar el lamento de su madre por no volver a embarazarse, le trajo las mandrágoras como un gesto de consuelo.

Raquel, aún aferrada a la esperanza desesperada de concebir, deseaba las mandrágoras para lograr ese fin. Pero cuando pidió las plantas, Lea respondió con una acusación: «Tú me quitaste a mi esposo.» ¿Por qué diría eso, si Jacob nunca quiso casarse con ella? Esa frase revela la frustración y el enojo de Lea por una situación que no eligió—una herida provocada por su padre, pero que sangraba cada vez que Jacob elegía a Raquel.

Jacob le demostraba su amor a Raquel pasando la mayoría de sus noches con ella. Y no fue él quien le trajo mandrágoras, porque no le importaba que fuera estéril—la amaba igual. Lea seguía persiguiéndolo, sin importar cuánto la ignoraba. Para Raquel, renunciar a una noche con Jacob por las mandrágoras no fue un gran sacrificio. Suspiró, se encogió de hombros con indiferencia, y permitió que Lea pasara la noche con él.

Lea había orado mucho para darle otro hijo a Jacob, y finalmente tuvo su oportunidad. Después de aquella noche juntos, el texto dice que Dios escuchó sus oraciones, y ella quedó embarazada. Dio a luz a otro hijo, Isacar, y luego a otro llamado Zabulón.

Después de haberle dado seis hijos, Lea se embarazó una vez más y dio a luz a la única hija de Jacob que se llamaba Dina.

Raquel se embarazó

Después de aproximadamente catorce años, Dios permitió que Raquel concibiera. Así continúa la historia, con el embarazo de Raquel y el nacimiento del hijo predilecto de Jacob.

Dios escuchó a Raquel

Génesis 30:22-24: Dios se acordó de Raquel, escuchó sus plegarias y le permitió tener hijos. Raquel quedó embarazada, dio a luz a un hijo y después dijo: «Dios me ha quitado mi vergüenza». A su hijo le puso de nombre José. Ella dijo: «Ojalá el SEÑOR me deje tener otro hijo».

Dios me ha quitado mi vergüenza

Lea y las concubinas dejaron de tener hijos, y por un momento pareció haber calma en el campamento. Pero en el corazón de Raquel, la competencia con su hermana seguía viva. El texto nos dice que Dios escuchó las plegarias de Raquel, y ella quedó encinta, dando a luz a José. Lo que dijo después del parto revela el estado de su corazón: «Ahora Dios me ha quitado la vergüenza.» Y luego añadió: «Ojalá el Señor me deje tener otro hijo.»

A Raquel le preocupaba más la vergüenza y la rivalidad con Lea que el amor de su marido. Su deseo de ser madre no parecía nacer del amor, sino de la necesidad de ganar.

Reflexión

1.      ¿Qué revela el deseo de Raquel por tener hijos sobre su sentido de valor personal y su relación con Dios? ¿Buscaba maternidad como expresión de amor, o como validación frente a su hermana y su entorno?

2.      ¿Cómo influyó el favoritismo de Jacob en la forma en que Raquel se veía a sí misma y trataba a los demás? ¿El amor recibido la fortaleció o la hizo más insegura?

3.      ¿Qué podemos aprender de Raquel sobre el peligro de confundir bendición con posesión? ¿Hasta qué punto sus decisiones nacieron del temor a perder lo que ya tenía?

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