Jacob recibió la bendición y promesa de Dios
Jacob, y no Esaú, recibió la bendición y promesa de Dios
Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, no era el mayor, ni el más fuerte, ni el favorito de su padre; sin embargo, fue él quien recibió la bendición y la promesa de Dios. Tradicionalmente, esa bendición se reservaba para el primogénito... ¿o no? Isaac la recibió en lugar de Ismael; Jacob, en lugar de Esaú; y más adelante, José fue bendecido en lugar de Rubén, el hijo mayor de Jacob. ¿Engañó Jacob a su padre para robar la bendición, o, junto con su madre, cumplió la voluntad de Dios? A continuación, examinamos la evidencia.
Cuando Isaac ya era anciano y casi ciego, llamó a su preferido, Esaú —el gran cazador, como su violento antepasado Nimrod — y le pidió que saliera al campo, cazara un animal, lo preparara como a él le gustaba y se lo trajera, para así otorgarle la bendición del primogénito. Era el momento que Esaú había esperado durante años. Se fue a cazar un venado, soñando con la riqueza y el poder que lo aguardaban al final de ese día. Pero Rebeca, madre de Esaú, escuchaba a escondidas. No quería que su hijo mayor recibiera la bendición. Llamó a Jacob y le contó todo lo que había oído. Así comienza la historia: el plan engañoso de Rebeca.
El plan
Génesis 27:9-10: Ve al rebaño y consígueme dos cabras jóvenes y buenas para que así yo pueda prepararlas deliciosas, como le gustan a tu papá. Tú le llevarás la comida a tu papá, y él te dará su bendición antes de morir.
Le llevarás la comida, y él te dará su bendición
Notamos que fue Rebeca —y no Jacob— quien ideó el plan e insistió en llevarlo a cabo. Parecía que había estado esperando este momento, lista para actuar. Recordamos que Jacob y Esaú no se parecían en absoluto. Jacob le mencionó a su madre que no tenía el vello de su hermano, y que, al tocarlo, su padre descubriría el engaño. En ese caso, en lugar de bendecirlo, podría maldecirlo. Sin embargo, Jacob no intentó disuadirla, porque recibir la bendición del primogénito era lo que más deseaba. Era astuto, y no quería ser atrapado con las manos en la masa, pero su madre lo persuadió a seguir sus instrucciones. Jacob fue y mató unas cabras del rebaño, cuidando de no ser visto. Es interesante notar que mató cabras —animales domésticos— y no animales silvestres, como los que Esaú solía cazar. ¿No habría notado Isaac la diferencia entre el sabor de una cabra y el de un animal salvaje?
¿Rebeca tenía la culpa?
Rebeca preparó las cabras —a escondidas— para que nadie sospechara de su hijo predilecto. Después de tantos años casados, sabía exactamente cómo asar la carne, cuántas especias añadir y cómo mezclar los condimentos al gusto de su marido. Lo hizo todo con rapidez, demasiada rapidez, como veremos a continuación. Luego fue a la carpa de Esaú y encontró su mejor ropa —que, por su estilo de vida al aire libre, no sería mucha— y vistió a Jacob con ella. Además, tomó las pieles de las cabras y se las colocó en los brazos y el cuello de su hijo amado.
Es fácil culpar a Rebeca por haber engañado a su esposo, pero quizás estaba recordando las palabras que Dios le había dicho. Cuando estaba embarazada, el dolor era tan intenso que buscó al Señor para entender lo que ocurría en su interior. Y Dios le respondió:
«Tienes a dos naciones dentro de tu vientre. Van a nacer de ti los líderes de dos familias y serán separados. Uno de tus hijos será más fuerte que el otro, el mayor servirá al menor ». (Génesis 25:23)
No sabemos si Rebeca compartió esta revelación con Isaac. Si lo hizo, entonces Isaac estaba ignorando la voluntad de Dios al intentar bendecir a Esaú. Y si no lo hizo, Rebeca estaba tomando en sus propias manos el cumplimiento de una promesa de Dios. En ambos casos, la tensión entre fe en Dios y acción humana se vuelve evidente. ¿Hasta qué punto es legítimo intervenir para cumplir lo que Dios ha dicho? ¿Y cuándo se convierte esa intervención en manipulación?
¿Isaac tenía la culpa?
Isaac sabía que Esaú no seguía a Dios. Sabía que se había casado con tres mujeres paganas, y que para él la primogenitura valía menos que un plato de guisado y pan. Aun así, insistía en darle la bendición. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿por qué estaba tan decidido a bendecir a su favorito, y no al hijo que agradaba a Dios? De cualquier forma, la bendición y la herencia prometida a Abraham nunca se cumplirían a través de Ismael ni de Esaú. Ambos eran primogénitos, pero Dios escogió a Isaac, y luego a Jacob.
¿Jacob tenía la culpa?
Su madre le entregó el asado y el pan, y Jacob se dirigió a la tienda de su padre. Estaba ansioso. ¿Iba a funcionar? Isaac era casi ciego, pero no tonto. Y si descubría el engaño, ¿tendría Jacob que huir? No sabía qué iba a pasar, pero para él, valía la pena correr el riesgo. Quizás pensaba que Esaú no era digno de la bendición. Respiró hondo y entró en la carpa de su padre, tal vez con Rebeca afuera, escuchando la conversación y vigilando la entrada para que nadie los interrumpiera.
Isaac no estaba convencido. Le preguntó cuál de sus hijos era. Jacob respondió que era Esaú, y que había cazado para recibir la bendición. Isaac, con lógica implacable, le hizo una pregunta:
—¿Cómo lograste cazar, regresar y cocinar tan rápido?
Jacob, siempre listo para improvisar una salida, respondió que Dios lo había ayudado. Seguramente pensó que a su padre le agradaría escuchar eso. Pero Isaac seguía dudando. Así continúa la historia: el momento en que Jacob logra engañar a su padre.
Voz de Jacob, brazos de Esaú
Génesis 27:21-24: Luego Isaac le dijo a Jacob:
—Hijo mío, acércate que te quiero tocar para saber si en verdad tú eres mi hijo Esaú.
Jacob se acercó a su papá, él lo tocó y dijo:
—Tu voz parece la de Jacob, pero tus brazos se sienten como los de Esaú.
Isaac no lo reconoció porque los brazos estaban velludos como los de su hermano Esaú, entonces lo bendijo.
Le dijo:
—¿En verdad eres mi hijo Esaú?
Jacob respondió:
—Sí, soy yo.
La disfraz lo engañó
Aun así, algo no le cuadraba a Isaac, y volvió a preguntar si realmente era Esaú. Jacob respondió que sí, que era su hijo predilecto. Vale la pena notar que era poco común que Isaac estuviera solo en su tienda. Especialmente después de haber perdido la vista, lo más probable es que tuviera al menos un sirviente con él en todo momento, para ayudarle a moverse por la carpa y asistirlo en asuntos relacionados con sus negocios. Pero el texto nos dice que Isaac y Jacob estaban solos en la tienda.
Isaac no sabía cuánto tiempo le quedaba, y no quería morir sin otorgar la bendición del primogénito. Comió un poco de la carne que su hijo le trajo, y tenía el sabor perfecto que tanto le agradaba. Notamos que Isaac no pudo distinguir entre la cabra que su esposa había cocinado y la caza silvestre que creía preferir. Pidió que Jacob se acercara y le diera un beso. Engañado por el olor y el tacto velludo, Isaac no tuvo otra opción que confiar… y bendecir a Jacob. Así continúa la historia, con la bendición que Isaac le otorgó a quien creía que era Esaú.
Engañado por un beso
Génesis 27:27-29: Jacob se acercó y le dio un beso. Isaac le olió la ropa y lo bendijo. Isaac dijo: «Miren, el olor de mi hijo es como el olor de un campo que el SEÑOR ha bendecido. Que el Dios te dé mucho rocío del cielo, campos fértiles y abundancia de cosechas y vinos. Que pueblos te sirvan, y naciones se inclinen ante ti. Que tú gobiernes sobre tus hermanos, y los hijos de tu mamá se arrodillen ante ti. Que quienes te maldigan, sean malditos, y quienes te bendigan, sean benditos».
Una bendición para Israel
Esta bendición nos recuerda la que Dios le dio a Abraham; debemos reconocer que no provino simplemente de Isaac, sino de Dios mismo. Incluía el liderazgo sobre todo el campamento tras la muerte de Isaac y la continuidad de la promesa de Dios.
Justo después de que Jacob recibió la bendición, Esaú regresó. Entró en la carpa de su padre, emocionado, listo para que Isaac probara su asado y le otorgara la bendición. Pero Isaac, incrédulo, le preguntó quién era. Esaú, pensando que su padre realmente estaba perdiendo el juicio, respondió con naturalidad: “Soy Esaú.” Fue entonces cuando Isaac comprendió que su hijo menor lo había engañado. Así continúa la historia, con la reacción de Isaac ante el descubrimiento.
Esaú lanzó un grito grande y amargo
Génesis 27:33-35: Entonces Isaac se puso furioso y dijo:
—¿Cómo? ¿Quién fue el que cazó un animal y me lo trajo? Me lo comí todo y le di mi bendición antes de que tú vinieras. Ahora él será el que tendrá la bendición.
Cuando Esaú escuchó esto, lanzó un grito grande y amargo y le dijo a su papá:
—Papá, dame a mí también tu bendición.
Isaac dijo:
—Tu hermano vino, me engañó y tomó tu bendición.
¿Esaú tenía la culpa?
Rebeca y Jacob seguramente sabían que Isaac y Esaú descubrirían el engaño de inmediato, por eso se apresuraron a preparar el asado. Furioso, Esaú maldijo a su gemelo, exclamando que fue la segunda vez que Jacob lo había engañado—sin asumir ninguna responsabilidad por haber vendido su primogenitura por un plato de guisado y pan. Esaú no actuaba con sabiduría; vivía sometido a sus emociones y reacciones.
Vemos que no comprendió el alcance de la bendición que Jacob acababa de recibir: era la bendición de Dios, irrevocable, y no había nada que pudiera hacer para revertirla. Aun así, angelaba recibir alguna bendición de su padre—lo que fuera. Isaac se resistió, pero Esaú comenzó a llorar con gritos desesperados. Finalmente, Isaac le dio una bendición muy distinta a la que había dado a Jacob. Así continúa la historia: con una bendición que parecía más una maldición.
¿No has guardado una bendición para mí?
Genesis 27:37, 39-40: Isaac le respondió a Esaú:
—Le di a él control sobre ti, a todos sus hermanos como siervos y también abundancia de cosechas y vino. ¿Qué puedo darte a ti, hijo mío?
Entonces Isaac le dijo: «No vivirás en buenas tierras, y no recibirás mucha lluvia. Tendrás que pelear para vivir, y serás esclavo de tu hermano. Pero cuando estés listo,
te separarás de su control».
Serás esclavo de tu hermano
Esaú salió de la tienda de su padre sin poder creer lo que acababa de suceder. Estaba rabioso: Jacob le había robado la bendición que, según él, le pertenecía por derecho. Y en lugar de recibirla, obtuvo lo que parecía una maldición. Con cada respiro, su odio por Jacob crecía. Isaac le había dicho que sería esclavo de su hermano, y ese odio terminó esclavizándolo a Jacob.
Aunque Isaac no lo expresó, el miedo de Jacob ante lo que Esaú pudiera hacerle lo llevó a vivir en Jarán, donde trabajó prácticamente sin paga para su tío Labán. Ambos hermanos quedaron atrapados: uno por su rencor, el otro por su temor.
Esaú pensaba que a su padre le quedaba muy poco tiempo de vida. Y cuando Isaac muriera, planeaba matar a Jacob. Pero aun si lo mataba, la bendición que Isaac había dado a Jacob no pasaría a Esaú. Rebeca, al enterarse del plan de su hijo mayor, no iba a permitir que todo lo que había hecho para asegurarle la bendición a su hijo preferido se echara a perder.
Entonces concibió otro plan: Jacob iría a Jarán por unos días, al lugar donde ella había crecido, esperando que Esaú se calmara. Después, Jacob podría regresar y disfrutar de la bendición. Jacob huyó ese mismo día a Jarán, y se quedó a vivir con Labán.
Pero Esaú no se calmó. Y Jacob terminó quedándose en Jarán más de veinte años; lamentablemente, jamás volvió a ver a sus padres.
Reflexión
1. ¿Qué revela esta bendición robada sobre la forma en que Dios obra a través de decisiones humanas imperfectas?
2. ¿Cómo afectó la bendición de Jacob no solo su destino, sino también su identidad, sus relaciones y su percepción de sí mismo como hijo, hermano y heredero?
3. ¿Qué podemos aprender del dolor de Esaú al perder la bendición, y cómo nos habla de las heridas que surgen cuando el deseo de aprobación se convierte en resentimiento?