La escalera de Jacob

El tramposo Jacob se convierte en siervo de Dios

En el estudio anterior, Jacob, con la ayuda de su madre Rebeca, acaba de engañar a su padre Isaac para recibir la bendición de la primogenitura, en lugar de su hermano mayor, Esaú. Al enterarse de que Esaú planeaba matarlo, Rebeca decidió que Jacob debía huir a Jarán ese mismo día. Isaac, superando el engaño, habló con Jacob en conformidad con el plan de huida. Le instruyó que no tomara por esposa a una mujer cananea, sino que se casara con una de las hijas de su tío Labán, el hermano de Rebeca.

Aunque Jacob ya había recibido la bendición del primogénito—una herencia directamente de Dios—Isaac lo bendijo de nuevo antes de su huida. Esta segunda bendición no fue producto de engaño, sino de reconocimiento. Isaac, ahora consciente, lo envió con palabras que confirmaban su lugar en la línea de la promesa.

Comenzamos esta nueva etapa de la historia leyendo la segunda bendición que Isaac le dio a Jacob: una bendición que lo prepara para su viaje, para su encuentro con Dios, y para convertirse en el padre de una nación. Así continuamos con el estudio de Génesis, examinando el primer encuentro con Dios de Jacob.

La segunda bendición

Génesis 28:3-4: Que el Dios Todopoderoso te bendiga y te dé muchos hijos para que así te conviertas en padre de muchos pueblos. Que los bendiga a ti y a tus hijos como bendijo a Abraham y que te conviertas en el dueño de la tierra donde tú viviste como extranjero, la cual Dios le dio a Abraham».

Que el Dios Todopoderoso te bendiga

Parece que Isaac llegó a comprender que Jacob siempre había sido el elegido de Dios, y por eso no le guardó rencor por haberlo engañado. En esta segunda bendición, vemos una palabra profética que nos recuerda la promesa de Dios a Abraham: tener muchos descendientes y heredar la tierra.

Jacob, de hecho, tendrá trece hijos—doce varones y una hija—y serán ellos quienes heredarán la tierra prometida. Los doce hijos se convertirán en los fundadores de las doce tribus de Israel, el pueblo que Dios formó para sí.

¿Y la dote?

Después de recibir esta segunda bendición, Jacob partió hacia Jarán, también conocido como Padan Aram. Tenía una misión doble: huir de su hermano y encontrar esposa entre las hijas de su tío Labán. Aunque en Padan Aram vivían paganos, igual que en Canaán, Jacob obedeció las instrucciones de sus padres y emprendió el viaje. Curiosamente, sus padres no lo enviaron con una dote, a pesar de que parte de su misión era casarse. El texto no menciona el motivo de esta ausencia, pero es imposible no recordar que, años antes, un siervo de Abraham hizo el mismo viaje para para encontrar una esposa para Isaac, llevando consigo una dote considerable.

Si Jacob hubiera sido enviado con una dote, probablemente su tiempo en Padan Aram habría sido mucho más corto. Tal vez se habría casado con una sola mujer, y no habría trabajado catorce años sin salario para su tío Labán—siendo su padre mucho más rico que su tío.

Pero quizás ese no era el plan de Dios. Tal vez Dios quería formar a Jacob en el silencio del trabajo, en la espera, en la lucha. Porque antes de ser patriarca, Jacob debía aprender a ser siervo.

También fue un día difícil para Esaú

Fue un día muy duro para Esaú. Se enteró de todo: de la segunda bendición que su padre le dio a Jacob, de que lo enviaron a su tío Labán para casarse, y de que sus padres no aprobaban las mujeres con las que él se había casado. Además de ser como su antepasado Nimrod, el gran cazador, Esaú había tomado por esposas a dos mujeres hititas que hicieron la vida difícil a sus suegros. Dolido y resentido, Esaú emprendió su propio viaje hacia el territorio de Ismael, cerca de Egipto, y se casó con su hija Majalat. El texto no explica por qué tomó una tercera esposa, pero dado que Ismael no siguió a Dios, podemos suponer que no lo hizo para agradar a sus padres, sino como un acto de venganza—una respuesta amarga por haber perdido la bendición del primogénito.

Es posible que Ismael también guardara resentimiento contra Isaac.  Al escuchar la historia de su sobrino, pudo haber conspirado con su sobrino: que, tras la muerte de Isaac, asesinaran a Jacob, y que el hijo de Esaú y Majalat heredara todo, desafiando así al Dios de Isaac y Jacob. Pero ese no fue el plan de Dios. Dios no construye su promesa sobre el odio, ni sobre la revancha. Su propósito sigue un camino más alto, más lento, más redentor.

Bendecido e indigente

Mientras sus padres lamentaban su partida, y Esaú buscaba venganza, Jacob emprendió su camino hacia Jarán. El texto no indica si alguien lo acompañó, pero era un viaje peligroso, lleno de bandidos, escorpiones y serpientes. Jacob no sabía cazar, ni luchar con espada o arco, ni distinguir entre plantas venenosas y comestibles. Los días eran calurosos, y las noches heladas. Eran días solitarios, llenos de recuerdos amargados y penosos.

Después de caminar mucho, y al caer la noche, Jacob decidió acostarse. No llevaba almohada ni frazada—su salida había sido tan apresurada. Tomó una piedra, la usó como almohada, y se recostó sobre la tierra. ¿Puedes imaginar usar una piedra como almohada? El hijo bendecido había caído muy bajo: su padre era rico, y él, heredero de la promesa. Pero en ese instante, era indigente. Aun en ese momento tan solo y desesperado, Dios lo alcanzó. Así continúa la historia con el sueño de Jacob.

La escalera al cielo

Génesis 28:12-15: En sueños vio una escalera que tenía un extremo en la tierra y el otro en el cielo, y había ángeles de Dios subiendo y bajando por ella.  Vio que el SEÑOR estaba parado a su lado y que le dijo: «Yo soy el SEÑOR, Dios de tu antepasado Abraham y Dios de Isaac. Les daré a tus hijos la tierra en la que ahora estás acostado. Tendrás más descendientes que partículas de polvo hay sobre la tierra. Se esparcirán por el norte, el sur, el oriente y el occidente, y todas las familias del mundo serán bendecidas por medio de ti y de tu descendencia.  Mira, estoy contigo, te protegeré dondequiera que vayas y te volveré a traer a esta tierra. No te abandonaré y cumpliré lo que te acabo de decir»

La casa de Dios y la puerta del cielo

Jacob se despertó muy asustado. Sentía la presencia de Dios y se alteró, exclamando que aquel lugar debía ser la casa de Dios y la puerta del cielo. Dios había estado parado a su lado; tenía acceso directo a Él, y eso lo abrumó. Pero Jacob se equivocó al pensar que Dios estaba solo en ese lugar; Él está en todo lugar, en todo momento; si no fuera así, no podría ser Dios.

En ese sueño, Dios repitió la bendición que Jacob había escuchado de su padre, pero esta vez no eran palabras de un representante—eran las palabras de Dios mismo. Le prometió tierras, descendientes, y Su protección, justo cuando Jacob no tenía un centavo, ni un amigo, ni una cama donde dormir.

La escalera que vio era el opuesto de la torre de babel, donde los hombres intentaron alcanzar a Dios por sus propios medios. En el sueño de Jacob, fue Dios quien descendió para estar con él y comunicarse. Porque en nuestro propio poder, no podemos alcanzar a Dios—es Él quien nos alcanza primero.

Jacob huyó de Esaú creyendo en Dios, pero aún no lo conocía. Ahora, después del sueño en Betel, comienza a convertirse en siervo de Dios, como lo fueron su abuelo Abraham y su padre Isaac. Pero como veremos, Jacob seguiría siendo un tramposo.

Después de aquel encuentro, ya no pudo dormir. Se levantó muy temprano, tomó la piedra que había usado como almohada, y derramó aceite sobre ella, dedicándola a Dios. Aunque viajaba muy ligero, era común llevar aceite, usado para curar heridas. Pero en este caso, lo usó como símbolo de consagración. Así continúa el final de esta escena, leyendo lo que Jacob le dijo a Dios en su ceremonia de dedicación.

Si hace todo esto, será mi Dios

Génesis 28:20-22: Luego Jacob prometió: «Si Dios va a estar conmigo, me va a proteger en este viaje, me va a dar comida, vestido y me va a traer sano y salvo de regreso a la casa de mi papá, entonces el SEÑOR será mi Dios. Esta piedra que puse como recordatorio será casa de Dios y le daré a Dios una décima parte de todo lo que él me dé».

Si me da todo esto, le daré una décima parte

En el desierto, Jacob se convirtió en siervo de Dios, pero continuó siendo un tramposo. En lugar de agradecerle a Dios por revelarse y por Sus promesas, le propuso un trato: si lo protegía, lo aceptaría como su Dios y le daría un diezmo de todo lo que recibiera.

Pero Dios ya le había prometido protección, sin pedirle nada a cambio. Le aseguró que tendría muchísimos descendientes, que sus hijos heredarían la tierra, que sería antepasado del Mesías, y que lo acompañaría dondequiera que fuera, trayéndolo de vuelta a esa tierra y nunca abandonándolo. Aun así, Jacob necesitó ponerlo a prueba. Le ofreció fidelidad condicional, como si Dios tuviera que ganarse su confianza. Jacob había engañado a su padre, y ahora parecía dispuesto a negociar con Dios de la misma manera.

Además, en su trato, Jacob pidió volver a la casa de sus padres, no a la tierra prometida—como si no hubiera escuchado bien las palabras de Dios. Pero ese no era el plan de Dios. Como veremos en los próximos capítulos, Dios no lo llevaría de regreso al hogar de su infancia, sino al lugar donde se cumpliría Su promesa.

Reflexión

1.      ¿En qué momentos de mi vida, como Jacob en el desierto, he sentido que no tenía nada—y cómo he respondido cuando Dios se ha acercado a mí en medio de esa vulnerabilidad?

2.      ¿Estoy dispuesto a reconocer la presencia de Dios en lugares inesperados, incluso cuando mi corazón aún no está completamente rendido?

3.      ¿Qué trato o condición he puesto, consciente o inconscientemente, para aceptar a Dios como mi Señor, y cómo me invita este pasaje a confiar sin negociar?

Anterior
Anterior

Jacob se enamoró de Raquel, pero se casó con Lea

Siguiente
Siguiente

Jacob recibió la bendición y promesa de Dios