Sus hermanos vendieron a José como esclavo

Los hermanos de José lo odiaron tanto que lo vendieron

En el estudio anterior, vimos cómo José mostraba cierta arrogancia al compartir con sus hermanos los sueños que había tenido—sueños que lo pintaban reinando sobre ellos. Al combinar esto con la túnica distinguida que su padre Jacob le había dado, el resultado fue inevitable: sus hermanos ardían de odio. No podían soportarlo más, y comenzaron a buscar una oportunidad para deshacerse de él.

Niñero para sus hermanos mayores

Un día, mientras los hermanos estaban a unos tres días de distancia del campamento con los rebaños, Jacob envió a José para vigilarlos y luego informarle sobre las cosas malas que hacían. Era evidente que Jacob no confiaba en sus otros hijos. Como de costumbre, José fue a inspeccionar su trabajo y reportar lo que veía. Todos sabían que sus hermanos lo odiaban: por sus sueños, por su túnica, y por ser el favorito de su padre. Notamos que, al llevar la túnica distinguida, José no iba a trabajar, sino a supervisar. Alimentar ovejas o recorrer el campo ya no era su tarea; Jacob lo estaba preparando para liderar.

José emprendió el viaje. El lugar donde estaban era una zona plana, ideal para pastar los rebaños. Cuando sus hermanos lo vieron a lo lejos, su rabia explotó. ¿Cómo se atrevió su padre a enviarle a vigilarlos y juzgarlos? Así comienza la historia con los planes que hicieron para matar a su hermanito, tan fastidioso y arrogante.

¡Aquí viene el de los sueños!

Génesis 37:18-22: Los hermanos lo vieron venir desde muy lejos. Antes de que él llegara, hicieron un plan para matarlo.  Se dijeron unos a otros:

—Miren, ¡aquí viene el de los sueños! Vamos matémoslo y arrojemos su cuerpo en uno de los pozos secos, luego diremos que lo devoró un animal salvaje. Así veremos si se le cumplen los sueños.

Cuando Rubén escuchó esto, trató de librarlo de sus hermanos y dijo:

—No lo matemos. ¡No derramemos sangre! Tírenlo en este pozo del desierto, pero no le hagan daño.

Rubén dijo esto para poderlo salvar y enviarlo de regreso a su papá.

Matar y mentir

Es evidente que los hermanos no pensaron con claridad en cómo deshacerse de José. Lo único que tenían en mente era eliminar su túnica distinguida, sus sueños arrogantes y su estatus como hijo preferido. No se dieron cuenta de que, incluso muerto, seguiría siendo el favorito de su padre.

Planearon matarlo de la forma más cruel: asesinarlo y arrojar su cuerpo en un pozo seco, esperando que un animal salvaje lo devorara y así borrar toda evidencia. ¿Realmente eran tan crueles los hijos de Jacob? Así actúan el odio y los celos: nos empujan a buscar nuestra propia versión de justicia, hasta que cruzamos una línea de la que ya no hay regreso.

Antes de que José llegara, ya habían inventado la excusa que le darían a su padre—una mentira que los libraría de toda culpa. No sería su responsabilidad. Después de todo, José ni siquiera había llegado al campamento. ¿Cómo podrían saber que un animal lo atacaría y lo devoraría?

Rubén no estaba de acuerdo

Rubén, quien tenía más que ganar que los demás con la muerte de José, no quiso matarlo. Pensó que bastaría con asustarlo, arrojándolo a un pozo. A primera vista, Rubén podría parecer magnánimo, pero sus palabras revelan otra motivación. Tenía miedo de su padre, probablemente porque su relación con él ya estaba fracturada. Jacob estaba furioso con Rubén por haberse acostado con su concubina Bilhá.

Rubén no quería más problemas. Sabía que, si permitía que sus hermanos mataran a José, su padre lo culparía principalmente a él, como primogénito. Tal vez aún tenía la esperanza de ser nombrado líder cuando su padre muriera, y si su padre sabía que tenía sangre en las manos, esa posibilidad se esfumaría para siempre.

Su plan era arrojar a José al pozo, dejarlo allí un tiempo para que se asustara, y luego sacarlo—si prometía no contarle nada a su padre. Pero, ¿cómo pensó que arrojarlo en un pozo no lo mataría? Rubén no estaba pensando en las consecuencias. Solo pensaba en su propio futuro, en salvarse del abismo en el que ya se había hundido al acostarse con Bilhá.

¿José sospechó algo?

Al llegar al lugar donde estaban sus hermanos, ¿sospechó José algo? El texto no lo dice, pero él sabía muy bien que lo odiaban. Los había observado durante años; conocía su carácter y sabía de lo que eran capaces, incluso de dejarlo morir en el desierto. Tal vez los saludó, pero en lugar de responderle, le arrancaron la túnica con violencia. Al darse cuenta de sus intenciones, José suplicó por su vida, pero sus ruegos solo provocaron más burlas. Lo arrojaron al pozo con aún más fuerza.

Quizás, después de tirarlo, tomaron turnos poniéndose la túnica, riéndose de él, fingiéndose “el preferido”. El texto no menciona si verificaron que sobreviviera la caída; solo aclara que el pozo estaba completamente seco. No sabemos con certeza cuántos metros tenía, pero para alcanzar agua potable, se necesita cavar al menos 31 metros, y algunos pozos pueden llegar hasta los 200. Que José no se rompiera nada y sobreviviera parece casi milagroso.

Probablemente no estaba solo en el pozo. Serpientes y arañas se escondían en la oscuridad, observando a su nuevo visitante, decidiendo qué hacer con él. Mientras sus hermanos reían y se probaban la túnica, es probable que José escuchara cada palabra. ¿Qué pensaba? Tal vez culpaba a su padre por enviarlo con hermanos tan crueles. Tal vez pensaba que ese sería su último día.

Así continúa la historia: lo que sucederá después de arrojarlo al pozo parece, sencillamente, inimaginable.

¿Qué ganamos con matar y esconder la muerte de nuestro hermano?

Génesis 37:25-28: Luego los hermanos se sentaron a comer y vieron un grupo de ismaelitas que venían de Galaad. Sus camellos cargaban aromas, bálsamo y mirra. Iban camino a Egipto. 

Judá les dijo a sus hermanos:

—¿Qué ganamos con matar y esconder la muerte de nuestro hermano? Mejor, vayamos y vendámoslo a los ismaelitas. No le hagamos daño, él es nuestro hermano y tiene nuestra misma sangre.

Cuando los comerciantes madianitas pasaron por ahí, ellos sacaron a José del pozo y lo vendieron por 20 monedas de plata a los ismaelitas, quienes luego llevaron a José a Egipto. Todos los hermanos estuvieron de acuerdo. 

No le hagamos daño, él es nuestro hermano y tiene nuestra misma sangre

Como si nada hubiera pasado, increíblemente, se sentaron a comer. Este detalle revela la dureza de corazón que tenían: fueron capaces de relajarse y compartir una comida, probablemente con lo que José había traído para su viaje.

Los ismaelitas, descendientes de Ismael, no adoraban a Dios y estaban involucrados en el comercio de esclavos, una práctica que subraya su carácter cruel y deshumanizante. Los hermanos de José, por su parte, no sabían leer ni escribir, y es razonable pensar que tampoco sabían negociar. Tal vez veinte monedas de plata por su propio hermano era una suma insignificante, pero no lo sabían—y tampoco les importaba. Su único objetivo era dejar de escuchar sus sueños, de verlo presumir su túnica, y de soportar el favoritismo de su padre.

Cuando sus hermanos lo sacaron del pozo, José probablemente se sintiera aliviado. Tal vez lloró, se disculpó por su arrogancia, y prometía no contarle nada a su padre. Sus hermanos sonreían, diciéndole que sí, que todo estaba perdonado mientras lo entregaron a los comerciantes. Le desearon una vida feliz, llena de sueños, y que fuera el favorito de su nuevo amo.

Por un momento, José no entendió. ¿Quiénes eran esas personas con camellos y mercancías? Vio algo brillar bajo el sol: era plata. Sus hermanos la examinaban con fascinación, como si nunca hubieran visto algo así. Entonces lo comprendió: iba a ser vendido en esclavitud a los ismaelitas. Comenzó a suplicar de nuevo. Llamó a Rubén una y otra vez. Pero sus hermanos solo se reían, imitándolo ─Rubén no estaba.

¿Los comerciantes les preguntaron quién era el muchacho que estaban vendiendo? Jacob era un hombre conocido en la región; quizás lo reconocieron, o incluso sabían que José era su hijo. Tal vez les preguntaron si estaban seguros de querer venderlo. Fue Judá quien propuso la idea: venderlo, al menos, les dejaría una ganancia en lugar de tener que matarlo y luego esconder el cuerpo. Sus palabras son impactantes: “No le hagamos daño, él es nuestro hermano, nuestra propia sangre.” La lógica de Judá revela que era cruel y sin escrúpulos. Quizás, en el fondo, su carácter era aún más frío que el de sus hermanos. Venderlo, en su mente, los absolvía del crimen. Después de todo, no lo mataron; lo “rescataron”, dándole la oportunidad de vivir lejos de ellos. Si los comerciantes o su nuevo amo lo mataban, sus manos estarían limpias.

¿Dónde estaba Rubén?

Aparentemente, Rubén no estaba presente cuando vendieron a José. El texto no especifica dónde se encontraba, pero sabemos que regresó al pozo más tarde, probablemente con la intención de sacarlo, amenazarlo para que guardara silencio, y enviarlo de vuelta con su padre.

¿Dónde estaba Rubén en un momento tan decisivo? Sabía que sus hermanos lo habían arrojado al pozo—él mismo se había opuesto a matarlo. Tal vez, después de la caída, se aseguró de que estuviera vivo, hablándole desde el borde del pozo, diciéndole que se iba, pero que volvería para sacarlo. Pero entonces, ¿a dónde fue? No lo sabemos; es posible que fuera en busca de unos hombres que lo ayudarían rescatarlo, o por lo menos una cuerda para sacarlo. Pero, parece que Rubén no encontró ningún tipo de ayuda.

Cuando Rubén descubrió que José ya no estaba en el pozo, rasgó su ropa en señal de duelo. Primero lamentó la desaparición de su hermano, y luego se levantó para reunirse con los demás, preguntándoles qué debían hacer. Era el primogénito, pero no cumplía con el rol. Un verdadero líder habría exigido que siguieran a los comerciantes para rescatar a José, o al menos habría buscado la ayuda de su padre, confesando lo que habían hecho. Pero ya estaba decidido: no iban a decirle la verdad a Jacob. El silencio se convirtió en pacto, y Rubén, por miedo o debilidad, lo aceptó.

Y papá- ¿Qué le contamos?

Antes de venderlo, ¿pensaron realmente qué le dirían a su padre cuando regresaran sin José? En medio del éxtasis del momento, no parece que lo pensaran. Su único objetivo era deshacerse de él. Pero cuando la realidad los alcanzó—cuando se dieron cuenta de que tendrían que explicar su desaparición—volvieron a su primera idea: decir que un animal lo había devorado en el camino, que nunca lo vieron, que solo encontraron rastros de su túnica.

Entonces mataron una cabra y usaron su sangre para manchar la túnica que Jacob le había regalado. Probablemente la rasgaron, la ensuciaron, la deformaron, como si un animal salvaje la hubiera destrozado. Así continúa la historia, con el momento más doloroso: la reacción de Jacob al escuchar su peor pesadilla hecho realidad.

«Voy a estar de luto por mi hijo hasta el día en que me muera».

Génesis 37:32-33: Después los hermanos le llevaron la túnica larga con mangas al papá y le dijeron: «Encontramos esto, mira a ver si es la túnica de tu hijo».

 Jacob la reconoció y dijo: «Sí, esta es la túnica de mi hijo, lo devoró un animal salvaje; con seguridad José quedó despedazado». 

Sus hermanos salieron con la suya, ¿o no?

Parecía que Jacob aceptó su historia con demasiada facilidad. ¿Les preguntó si encontraron carne o huesos, algún rastro de su hijo, dónde hallaron la túnica, si realmente no lo vieron vivo, si de verdad no le hicieron nada? El texto no lo dice, pero amándolo como lo amaba, es comprensible pensar que sí. Sin embargo, al ver la túnica, Jacob se congeló. Lo peor imaginable había sucedido. Como Rubén, rasgó su ropa y entró en duelo. Jacob era inconsolable. Sus hijos intentaron consolarlo, pero él rechazó su consuelo falso. Les dijo que lloraría por José hasta el día de su muerte. Si los hermanos esperaban que, sin José, su padre se acercara más a ellos, también fracasaron. Jacob nunca volvió a ser el mismo. Desde ese día, fue un hombre marcado por el duelo, habitando la sombra de su hijo predilecto.

Mientras tanto, José viajaba hacia Egipto, donde sería vendido a Potifar, capitán de la guardia del faraón. Allí continuará la historia en el próximo estudio.

Reflexión

1.      ¿Qué revela esta historia sobre el poder destructivo del silencio compartido? Cuando los hermanos decidieron no contar la verdad a Jacob, sellaron un pacto de mentira que los marcó por años. ¿Qué consecuencias trae el silencio cuando se convierte en complicidad, y cómo puede romperse sin destruir lo que queda?

2.      ¿Cómo se transforma el sufrimiento cuando se vive con propósito? José fue traicionado, humillado y vendido, pero su historia no terminó en el pozo. ¿Qué nos enseña su camino sobre cómo Dios puede usar incluso las heridas más profundas para cumplir un plan mayor?

3.      ¿Qué tipo de liderazgo nace del dolor? Rubén falló como primogénito, Judá justificó la traición, y Jacob se quebró en su duelo. ¿Cómo puede el sufrimiento formar líderes más compasivos, y qué diferencia hay entre autoridad impuesta y liderazgo redimido?

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