Jesús sana a un endemoniado, un leproso, y un paralítico

Jesús sana a un endemoniado, un leproso, y un paralítico

En el estudio anterior, Jesús llamó a Simón Pedro, un pescador, y a Mateo, un publicano. Los dos no tenían mucho en común, salvo que eran pecadores arrepentidos. En este estudio, Jesús sana a un endemoniado, un leproso y un paralítico.

Anda sanando
Dondequiera que se fuera, Jesús sanó a muchos enfermos, excepto en Nazaret, por culpa de la falta de fe de la gente. En Capernaúm, Jesús sanó a la suegra de Simón Pedro de una fiebre. El texto dice que se sintió completamente bien de inmediato, tanto, que se levantó y comenzó a atender a Jesús y a sus discípulos.
Cuando esta historia comienza, es el Sabbat, y Jesús entró en la sinagoga de Capernaúm para enseñarles. Como hemos mencionado, en ese tiempo las sinagogas no tenían un maestro de tiempo completo, sino que invitaban a diferentes maestros para enseñar. No sabemos qué les enseñó ese día, pero el texto dice que la gente lo admiraba porque nunca había escuchado a los maestros de la ley enseñar con tanta claridad y autoridad, explicándoles cosas que nunca habían entendido. Jesús no enseñaba de una escuela de interpretación de la ley, sino de las palabras de su Padre, que él había escuchado directamente. Los presentes iban a ver algo que los dejaría atónitos. Comenzamos la historia leyendo cómo Jesús sanó a un hombre endemoniado.

¿Has venido a destruirnos?

Marcos 1:23-27: De pronto llegó a la sinagoga un hombre poseído por un espíritu maligno que gritó:

—¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!

Pero Jesús reprendió al espíritu maligno y le dijo:

—¡Cállate y sal de él!

Luego el espíritu maligno sacudió al hombre, dio un gran grito y salió de él. Todos se quedaron atónitos y empezaron a preguntarse entre sí: «¿Qué está pasando? ¡Este hombre enseña algo nuevo y lo hace con autoridad! ¡Hasta puede darles órdenes a los espíritus malignos y ellos lo obedecen!»

¿Qué está pasando?

¿Por qué un hombre poseído por un demonio iría a la sinagoga? Tal vez había escuchado que el Hijo de Dios había llegado allí y quisiera saber sus intenciones. O quizás quería poner en duda la autoridad de Jesús, causando que el público pensara que su autoridad venía de Satanás, y por eso sanaba lo incurable. Tal vez no sabía que Jesús estaba allí, y había ido a la sinagoga para atormentar a la gente; cuando vio a Jesús, se asustó y le preguntó sobre sus intenciones. El demonio no duda de que Jesús es el Hijo de Dios, pero no es suficiente saber quién es Jesús; hay que depender de Él, y únicamente de Él, para la salvación. Saber cosas sobre Él o tenerle miedo no es suficiente; hasta este demonio sabe quién es y lo teme.
Por cierto, Jesús no vino a destruir a los demonios, ni a Satanás, ni a los romanos, sino a lidiar con lo que nos separa de Dios: el pecado. El pavor del demonio nos dice que saben cuál es su destino eterno: el infierno. Pero no querían ser destruidos antes de tiempo. Jesús no quería que hablara, quizá para evitar que el público pensara que Satanás lo había enviado, o tal vez porque no era su momento de revelar quién es al mundo, y no quería que fuera un demonio quien lo revelara primero. Además, desde que Satanás es el padre de las mentiras, no quiso que el demonio difundiera falsedades sobre Él.
El texto dice que el demonio sacudió al hombre, soltó un grito y luego salió de él. Según expertos bíblicos, exorcizar demonios era una práctica que, a veces, tenía éxito, pero muchas veces fracasaba. Pero nadie había echado un demonio solo con exigirle que saliera. ¿A dónde fue? ¿Cómo era el hombre después del exorcismo? No lo sabemos. Quizá la sinagoga le ayudó con ropa y comida para que pudiera reintegrarse a la sociedad. Probablemente, el hombre estuvo obviamente cambiado y les pidió disculpas a los de Capernaúm, arrepentido por haberlos asustado.
Los que estuvieron en la sinagoga ese día no entendieron lo que vieron. ¿Y si lo que el endemoniado había dicho era cierto, que este maestro era el Santo de Dios? Y si el demonio lo dijo, ¿fue porque reconoció a uno de los suyos? Tenían muchas preguntas y dudas. Era comprensible que la fama de Jesús se extendiera rápidamente por toda la región de Galilea. Algunos contaron las historias de sus enseñanzas, otros de cómo sanó a los enfermos incurables, pero todos cuestionaban quién era este hombre. ¿Era el tan esperado Mesías? ¿Podría ser? No era como el rey que esperaban.
Continuamos con la historia, leyendo cómo Jesús sanó a un leproso.

Un leproso se acercó a él

Marcos 1:40-42: Un leproso se acercó a él, se arrodilló y le suplicó que lo ayudara. El hombre le dijo a Jesús:

—Señor, si quieres, puedes quitarme esta enfermedad.

Lo que dijo al final hizo que Jesús se enfadara con él, pero extendió la mano, tocó al hombre y le dijo:

—Sí quiero. ¡Sana ya!

En ese mismo instante la lepra desapareció y quedó sano. 

 

¡Sana ya!

En el mundo antiguo, los leprosos vivían en aislamiento, apartados de todos para evitar contagiar a los demás. Sobrevivían gracias a la caridad de quienes les llevaban comida y otros artículos esenciales. La lepra provocaba que el cuerpo se descompusiera lentamente. Los judíos no trataban a los leprosos con respeto; cuando se encontraban con alguien que no tenía la enfermedad, los enfermos debían gritar "¡Inmundo, inmundo!" como advertencia para que la persona se apartara. Como ocurría con otras enfermedades, los judíos creían que la lepra era un castigo divino por algún pecado, por lo que pensaban que el leproso lo merecía. Es importante destacar que, en ese entonces, no existía una cura para la lepra, y las pocas veces que alguien sanaba de ella se debía a una intervención divina, ya que, sin la voluntad de Dios, nadie podía curarse por sí mismo.

El leproso sabía que Jesús podía sanarlo, pero, ¿quería sanarlo? Lo llama "Señor", reconociendo así su autoridad. Este hombre se acerca a Él, expresando su fe en que Jesús tiene el poder para curarlo.

¿Por qué Jesús se enojaría con el leproso? ¿Acaso fue por preguntarle si quería sanarlo? O tal vez Jesús se enojara por la razón por la cual el leproso se había contagiado, o por el sufrimiento que había experimentado. Es posible que Jesús se haya enojado porque el leproso le pidió que le sanara de su enfermedad y no que le perdonara sus pecados. Aunque no sabemos con certeza la razón exacta, lo cierto es que Jesús se enojó, pero a pesar de eso, lo sanó. Jesús eligió tocarlo para sanarlo, lo que rompía la ley. Este toque podría haber sido el primero en mucho tiempo para el leproso, dependiendo de cuánto tiempo llevaba padeciendo la lepra. Esto nos muestra que el enojo en sí mismo no es un pecado, y que, incluso en medio de la ira, se puede hacer el bien. Por las palabras de Jesús, parece que estaba molesto: "¡Sana ya!" A continuación, seguimos con la historia, leyendo la advertencia que Jesús le dio y cómo reaccionó el hombre ante ella.

No se lo cuentes a nadie

Mateo 1:43-45: Enseguida Jesús echó al hombre y advirtiéndole severamente:

—Mira, no se lo cuentes a nadie. Ve y preséntate ante el sacerdote y da la ofrenda que ordenó Moisés al que ha sido sanado. Esto servirá para que la gente compruebe que has sido sanado.

Pero el hombre fue y empezó a divulgar la noticia de lo que había pasado. Por eso Jesús no podía entrar en ningún pueblo sin llamar la atención. Tenía que quedarse en lugares solitarios, y la gente de todas partes acudía a él.

El hombre fue y empezó a divulgar la noticia

Jesús le pide que se presente ante el sacerdote para que lo examine y confirme que ya no está enfermo, tal como lo indicaba la ley. Sin embargo, los sacerdotes casi nunca examinaron a los leprosos, ya que nunca se sanaron. A pesar de las críticas de los expertos en la ley hacia este nuevo maestro, Jesús lo envió a obedecer la ley de presentar la ofrenda requerida por haber sanado de la lepra.

¿Realmente Jesús echó al hombre? ¿Está enojado con él? Tal vez se enojó porque sabía que el hombre iba a desobedecerlo y, al hacerlo, haría pública su sanación de una manera que complicaría la vida de Jesús. Quizás, en su alegría, el leproso fue y divulgó a todos lo que Jesús había hecho por él. Debido a su imprudencia, el texto menciona que Jesús ya no pudo entrar en ningún pueblo sin llamar la atención. A causa de este hombre, la gente tuvo que buscarlo en lugares remotos. Quizás no sea totalmente culpa del ex leproso; tal vez otros también no prestaran atención a la advertencia que Jesús dio a los que sanaba.

Jesús sana a un paralítico

Luego, después de regresar a Capernaúm, la gente se enteró de que Jesús había vuelto, posiblemente a la casa de Pedro. El texto dice que Jesús les estaba enseñando y que había tanta gente reunida que ya no quedaba espacio. Jesús vino al mundo para salvarlo, pero la salvación no vino a través de la sanación, sino mediante la predicación que provoca el arrepentimiento y la confesión del pecado. Mucha gente se le acercó para ser sanada, no para arrepentirse y nacer de nuevo.

Mientras enseñaba, cuatro hombres querían que Jesús sanara a un paralítico que cargaban, pero debido a la muchedumbre, no pudieron acercarse. La mayoría de las casas en ese entonces tenía un techo de paja o de tejas, accesible por una escalera. Los cuatro hombres se tomaron la libertad (quizás al horror de Pedro, o de quien pertenecía la casa) de quitar parte del techo e hicieron un hueco por donde bajaron la camilla con su amigo paralítico. Probablemente, el dueño de la casa no estaba pensando en el milagro que estaba por ocurrir, sino en cuánto costaría reparar el daño. Continuamos con la historia, leyendo la reacción de Jesús y de los expertos en la ley que estaban presentes.

Jesús supo inmediatamente lo que estaban pensando

Marcos 2:5-8: Cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al paralítico:

—Hijo, tus pecados quedan perdonados.

Entre la multitud estaban sentados unos maestros de la ley que pensaban: «¿Por qué se atreve este hombre a hablar así? Es una ofensa a Dios. El único que puede perdonar pecados es Dios». 

Jesús supo inmediatamente lo que estaban pensando y les dijo:

—¿Por qué están pensando así? 

¿Leyó nuestras mentes?

El texto dice que Jesús vio la fe de los cuatro hombres, no la del paralítico. Sin duda, el paralítico quería ser sanado físicamente, pero sus pecados eran otra cosa. Como no compartió la fe de sus compañeros, quizás se sintiera avergonzado por ese hombre desconocido que mencionó sus pecados y la necesidad del perdón. Posiblemente los hombres se enojaron; lo trajeron porque era paralítico, no porque fuera pecador.
Como el hombre no tenía tanta fe, ¿cómo es que Jesús le perdona? Ni siquiera le pidió perdón. Para los judíos, un hombre enfermo era así por sus pecados, porque lo merecía. Es importante mencionar que el paralítico no estaba en ese estado debido a un pecado específico, sino que, como todos, era un pecador.
¿Por qué Jesús se enoja con los maestros de la ley? Conocían las profecías, pero a pesar de eso lo rechazaron. Siendo maestros de la ley, lo que pensaban después de presenciar esto era algo predecible. Continuamos con la historia para averiguar por qué Jesús les dijo eso.

¡Levántate, recoge tu camilla y anda!

Marcos 2:9-12: Tal vez piensen que es más fácil que yo le diga a este paralítico: “Tus pecados quedan perdonados”, porque eso no se puede comprobar. Pero si le digo: “¡Levántate, recoge tu camilla y anda!” y así sucede, entonces quedará comprobado que el Hijo del hombre tiene en la tierra el poder de perdonar pecados.

Así que Jesús le dijo al paralítico:

—A ti te digo: ¡Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa!

Entonces, el hombre se levantó, y enseguida recogió su camilla y salió caminando frente a todos. Todos estaban asombrados y alababan a Dios diciendo:

—Nunca hemos visto algo así.

Si te sanó pero no te perdonó, caminarás derechito al infierno
Quizás Jesús no iba a sanarlo, pero lo curó para ayudarlo a creer, o para no reforzar la idea errónea de que estaba paralítico por su pecado, o para que los expertos supieran que él tiene la autoridad para perdonar los pecados. Parece que el perdón, y no la sanación, los confunde, tal vez porque creían que, como hijos de Abraham, no necesitaban el perdón. Al igual que con el leproso, nadie jamás había sanado a un paralítico. El texto dice que todos alababan a Dios. ¿Todos, incluso los maestros de la ley? Sin embargo, muchos no creían que fuera el Mesías, a pesar de lo que acababan de ver.
En el próximo estudio, Jesús rompe las leyes sobre el Sabbat.

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