Los hermanos de José van a Egipto
Reencuentro con sus hermanos, una prueba, y un castigo
Anteriormente vimos cómo el Señor reveló a José el significado de los sueños del faraón y cómo, en un instante, Dios transformó su vida de esclavo prisionero al segundo en autoridad sobre todo Egipto. José había creado un sistema para recolectar un veinte por ciento más de trigo durante los años de abundancia y almacenarlo en distintas ciudades, preparándose para los años de escasez. Durante ese tiempo, se casó con Asenat, una noble egipcia, y tuvieron dos hijos.
La hambruna no solo golpeó a Egipto, sino que se extendió por toda la región. También alcanzó a Jacob y a sus hijos en Canaán, quienes se vieron obligados a buscar alimento en Egipto.
Jacob mandó 10 hijos a Egipto
Cuando Jacob se enteró de que había trigo en Egipto, envió a sus hijos a comprar alimento, pues de lo contrario morirían de hambre. Todos fueron, excepto Benjamín; Jacob lo mantuvo en casa porque temía que el viaje fuera peligroso y no quiso arriesgar a perder al único hijo vivo de su amada Raquel. Es fácil imaginar que los medio hermanos de Benjamín guardaban el mismo rencor que habían sentido hacia José. Aunque Jacob no lo sabía, el mayor peligro para su hijo menor no estaba en el camino, sino en la venganza latente de sus propios hermanos.
Así, los diez hijos de Jacob viajaron juntos a Egipto, formando parte de un gran grupo de personas de Canaán que también buscaban alimento.
Durante los años de escasez, el trabajo de José fue negociar la venta del trigo tanto a los egipcios como a los extranjeros que llegaban a Egipto en busca de alimento. Seguramente ganó aún más favor con el faraón, pues le generó grandes riquezas durante ese tiempo. Probablemente José suponía que, tarde o temprano, sus hermanos vendrían en busca de comida. Al anticipar su llegada, qué sentiría: ¿alegría por volver a verlos, o angustia por enfrentar el pasado? Así comienza la historia con del intercambio entre el gobernador de Egipto y los hijos de Jacob.
¡Son espías!
Génesis 42:6-11: …Los hermanos de José llegaron y se postraron rostro en tierra ante él. Cuando José vio a sus hermanos, los reconoció pero actuó como si no los conociera. Les habló de una manera muy dura y les preguntó:
—¿De dónde vienen?
Ellos respondieron:
—Venimos de la tierra de Canaán, a comprar comida.
José reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron a él. José también se acordó de los sueños que había tenido sobre ellos.
Les dijo:
—Ustedes son espías, han venido a ver cuáles son nuestros puntos débiles.
Pero sus hermanos le dijeron:
—No, señor. Nosotros, sus siervos, vinimos a comprar comida. Todos somos hijos de un mismo hombre. Somos personas honestas. Nosotros, sus siervos, no somos espías.
¡Somos honestos!
Tenemos que preguntarnos por qué José no reveló su identidad y les habló con tanta dureza. La llegada de sus hermanos fue una verdadera prueba: estaban a su merced, y él tenía todo el poder y los recursos posibles. ¿Los mataría, los haría sufrir, o los perdonaría? Podía hacer con ellos lo que quisiera. Tal vez, aun en una posición de tanta autoridad, José no se sentía cómodo frente a ellos. Recordaba cómo lo habían tratado, cómo sin piedad lo arrojaron en un pozo y luego lo vendieron por apenas veinte monedas de plata. Aunque era un hombre de fe en Dios, seguramente experimentaba sentimientos de ira y profunda desconfianza hacia ellos.
Su severidad parece haber sido un disfraz, una manera de contener las lágrimas y, al mismo tiempo, de obtener información que no podía preguntarles sin revelar quién era. Gracias a ese disfraz, supo que su padre aún vivía y que su hermano menor, Benjamín, también. Sin embargo, sus hermanos demostraron que seguían siendo hombres corruptos. Aun postrados ante él, mintieron, diciendo que eran hombres honestos, cuando José sabía que habían engañado a su padre durante todos esos años.
Los sueños hechos realidad
El texto dice que José se acordó de los sueños que había compartido con sus hermanos, y ahora se estaban cumpliendo: él, encargado del trigo, y ellos postrándose ante él. Aunque aquellos sueños fueron el motivo por el cual lo arrojaron al pozo, sus hermanos no lo reconocieron. Habían pasado veinte años desde la última vez que lo vieron. En ese tiempo, José había madurado y adoptado el vestuario y los hábitos de los egipcios. Se rasuraba la cabeza, se afeitaba la barba y vestía como un noble egipcio. Probablemente llevaba joyas y delineaba sus ojos con negro, como era costumbre. Hablaba egipcio con fluidez y se comunicaba con sus hermanos a través de un intérprete, mientras ellos hablaban hebreo. Por su parte, los hermanos probablemente pensaban que José había muerto hacía años.
No era un secreto que José era hebreo. El intérprete que escuchaba el intercambio quizá pensó que era extraño que José acusara a su propia gente de ser espías y fingiera no hablar hebreo. José insistió en que habían venido a descubrir las debilidades de Egipto. La acusación parecía absurda: Egipto era un poder incomparable, y una batalla contra unos pocos hebreos no representaba amenaza alguna. Sus hermanos se asustaron. ¿No iba a venderles comida? Ellos insistieron en que eran hombres rectos, todos hijos de un mismo padre, revelando que su hermano menor se había quedado con él y que otro hermano había muerto.
Cuando José escuchó esa mentira —que él estaba muerto— seguramente se sintió profundamente herido. Pero esa misma mentira lo motivó a dar el siguiente paso, convencido de que sus hermanos aún no habían aprendido, que seguían siendo hombres corruptos y mentirosos. Así continúa la historia, con la furia de José frente a las mentiras de sus hermanos.
¿Estoy muerto, eh?
Génesis 42:14-17: Luego José les dijo:
—Es como yo les digo: ¡Ustedes son espías! Pero voy a dejar que me demuestren que están diciendo la verdad. Les juro por la vida del faraón que no se podrán ir de aquí hasta que no venga su hermano menor. Manden a uno de ustedes a buscar a su hermano mientras el resto permanece en prisión. De esta manera pondré a prueba sus palabras para saber si me están diciendo la verdad. Si no, ¡juro por la vida del faraón que ustedes son espías!
Entonces los encerró en prisión durante tres días.
Quiero ver a mi hermanito
Ahora se revelan las verdaderas intenciones de José: ver a su hermanito Benjamín y, al mismo tiempo, encontrar una manera de traer también a su padre, sabiendo que jamás permitiría que Benjamin viajara sin él. Lo que dijo a sus hermanos parecía contradictorio: los acusó de espías, pero les prometió libertad si enviaron al menor a Egipto. Si de verdad fueran espías, ¿no lo sería también el hermano menor?
Mientras sus hermanos estaban encarcelados, quizá en esa misma cárcel que conocía como la palma de su mano, José pudo haber experimentado una mezcla de tristeza, enojo y alegría. Tal vez Asenat intentó consolarlo y comprender por qué lo habían tratado con tanta crueldad. Quizá José, sintiéndose vulnerable, pasó tiempo con sus hijos, pensando en su propio hermano y en su padre, y en cómo Dios estaba tejiendo un propósito más grande en medio de su dolor.
Tres días para enfriar la cabeza
Pasaron tres días, y José volvió a la cárcel. Les dijo que temía a Dios y que les perdonaría la vida si uno permanecía allí encarcelado mientras los demás llevaron trigo a su familia. Aunque el gobernador de Egipto les aseguró que temía a Dios —su Dios—, ellos no reconocieron que era su propio hermano; estaban ciegos.
Para liberar al hermano que quedara preso, tendrían que regresar con Benjamín. José mostró gran compasión, no tanto por ellos, sino por su padre y su hermano menor: sabía la gravedad de la escasez y que, si no recibieron trigo pronto, morirían, y no quiso que eso sucediera. Sus hermanos aceptaron la propuesta; no tenían otra opción. Así continúa la historia, con la confesión de sus hermanos que José escuchó en silencio.
Ahora estamos pagando
Génesis 42:21-24: Se dijeron unos a otros:
—Estamos pagando lo que le hicimos a nuestro hermano. Vimos que estaba en problemas, nos rogó que le tuviéramos compasión, pero nosotros no lo escuchamos. Es por eso que ahora nosotros estamos en problemas.
Entonces Rubén les dijo:
—¿Acaso no les dije que no le hiciéramos daño al muchacho? Pero ustedes no me quisieron escuchar y ahora hay que pagar por su sangre.
José estaba utilizando un intérprete para hablarles a sus hermanos. Entonces ellos no sabían que José entendía su idioma, pero José escuchó y entendió todo lo que ellos dijeron. Después José se alejó de ellos y lloró de tristeza. Luego regresó, les habló, se llevó a Simeón e hizo que lo ataran frente a ellos.
José se alejó de ellos y lloró de tristeza
Al escuchar su confesión y que Rubén no quiso dañarlo, José ya no pudo contenerse: se apartó a un rincón y lloró. Aquella confesión en la cárcel comprobó que sus hermanos tenían conciencia y que lo que le habían hecho los perseguía constantemente. Ellos asumieron que, como el gobernador hablaba mediante un intérprete, cuando este no estaba presente no entendía lo que decían.
José era un hombre poderoso, rodeado de empleados y siervos; ¿se preguntarían entre sí qué estaba pasando con su jefe? Quizás José confió a un amigo que aquellos eran sus hermanos y lo que le habían hecho tantos años atrás, y este lo ayudó a mantener un exterior frío, incluso aconsejándole dejar a uno de ellos en la cárcel para asegurar la oportunidad de ver a su hermanito.
¿Quién escogió a Simeón para quedarse? Simeón era un hombre violento, uno de los responsables de la masacre en Siquén tras la violación de Dina. ¿Cómo lo trató en la cárcel? Tal vez Simeón se asustó, pensando que su padre jamás permitiría que Benjamín viajara y que terminaría pudriéndose allí, en una cárcel extranjera.
Espías y ladrones
José ordenó que llenaran los costales de trigo que sus hermanos habían traído, pero además mandó colocar en cada uno el dinero que habían pagado, un detalle para asustarlos aún más. Si regresaran, además de ser acusados de espías, también podrían ser señalados como ladrones.
Sus hermanos —menos Simeón— salieron de Egipto cargados con trigo. Tras recorrer cierta distancia, hicieron campamento por la noche. Uno de ellos abrió un costal para alimentar a los burros y encontró el dinero. Lo mostró a sus hermanos, y el texto dice que temblaron de miedo, justo el efecto que José buscaba. Era una prueba: ¿si regresaran para recuperar a Simeón, confesarían que no habían pagado, o seguirían mintiendo? Ellos pensaban que todo aquello era un castigo de Dios por haber vendido a José.
Al llegar al campamento de su padre en Canaán, le contaron todo lo sucedido, incluso que tendrían que regresar con Benjamín si quería recuperar a Simeón. Así continúa el ultimo parte de la historia con la reacción de Jacob ante la idea de perder a su hijo menor.
Mi hijo Benjamín no va
Génesis 42:36-38: Jacob, el papá, les dijo:
—Me están dejando sin hijos. José ya no está y tampoco Simeón. Ahora se quieren llevar a Benjamín. Todo está en mi contra.
Entonces Rubén le dijo a su papá:
—Te doy permiso de matar a mis dos hijos si no te vuelvo a traer de regreso a Benjamín. Confíalo a mi cuidado y yo te lo traeré de regreso.
Pero Jacob dijo:
—Mi hijo Benjamín no va a ir con ustedes porque su hermano está muerto y él es lo único que me queda de mi esposa Raquel. Si algo malo le llegara a pasar en el viaje que deben hacer, harán que este pobre viejo se muera de tristeza.
Él es lo único que me queda de mi esposa Raquel
¿Cómo se sentiría Simeón al saber que su padre prefería que se pudriera en una cárcel extranjera antes que enviar a su hijo favorito a Egipto? Los hermanos no habían cambiado, pero Jacob tampoco: no confiaba en Dios ni reconocía su mano en la urgencia que la escasez trajo.
Rubén le dijo a su padre que, si permitía llevar a Benjamín y no regresó con él sano y salvo, podría matar a sus dos hijos. ¿Sabía Rubén que era una promesa hueca, que su padre jamás mataría a sus nietos? Quizás por eso se atrevió a decirlo, porque sabía que nunca tendría que cumplirlo. Jacob parecía dispuesto a que todos murieran de hambre antes que entregar a su hijo predilecto.
Por otro lado, José, aunque era un hombre poderoso, nunca fue a Canaán para ver a su padre y hermano. Tal vez nunca lo visitó por dos razones: primero, estaba ocupado con la enorme tarea de recolectar y almacenar el veinte por ciento de trigo; segundo, aún temía a sus hermanos y no quería aparecer para desenmascarar las mentiras que habían sostenido durante tanto tiempo. Pero el trigo que sus hermanos trajeron no iba a durar para siempre. En el próximo estudio veremos lo que hicieron cuando se acabó.
Reflexión:
1. ¿Qué nos enseña el miedo y la culpa de los hermanos al recordar lo que hicieron a José sobre cómo las decisiones pasadas siguen influyendo en nuestra conciencia y en nuestra relación con Dios?
2. ¿Cómo la reacción de Jacob, aferrándose a Benjamín y mostrando favoritismo, refleja las luchas humanas con el miedo y la falta de confianza en Dios en medio de la escasez?
3. ¿Qué significa que José, aun con poder absoluto, eligiera probar a sus hermanos en lugar de vengarse, y cómo podemos aplicar esa tensión entre justicia y misericordia en nuestras propias relaciones rotas?

