Isaac- esperado, envidiado y engañado
Esperado, Envidiado y Engañado
De los tres patriarcas de nuestra fe, Isaac es el menos mencionado. ¿Quién era este niño tan esperado, nacido de padres ancianos? ¿Cómo era su fe? ¿Cómo se relacionaba con su esposa, sus hijos y los habitantes de Canaán? Continuamos nuestro estudio de Génesis para descubrir más sobre su vida y legado.
El hijo esperado
Pocos nacimientos han sido tan esperados y anunciados como el de Isaac, anunciado en varias ocasiones por Dios mismo. Cuando sus padres ya eran ancianos y habían perdido la esperanza de tener un hijo propio, Isaac nació. A Sara no le agradaba la manera en que Ismael, su medio hermano, trataba a Isaac, y exigió que Abraham expulsara a su madre Agar e Ismael del campamento. Abraham accedió, e Isaac creció como hijo único, profundamente amado.
Un día, cuando Isaac ya era un adolescente, Abraham volvió a escuchar la voz de Dios, como tantas veces antes. Pero esta vez, algo era distinto. La historia de Isaac da un giro inesperado con el mensaje que Dios le dirige a Abraham: un mensaje que ningún padre quiere escuchar.
Abraham, ¡sacrifica a tu hijo!
Génesis: 22:2: Luego Dios dijo:
—Toma a Isaac, tu amado hijo único, ve a la tierra de Moria y ofrécelo como un sacrificio que debe quemarse completamente, en la montaña que yo te indicaré.
Tu amado hijo único
A la mañana siguiente, Abraham se levantó temprano. Tomó a Isaac, a dos siervos, y partieron con un burro, leña y provisiones para el viaje. Normalmente elegían un cordero del rebaño para el sacrificio, pero esta vez, fue dolorosamente obvio que no lo llevaron. El trayecto hasta Moriah tomó tres días. Cuando finalmente llegaron, Abraham e Isaac caminaron juntos hacia el lugar del sacrificio. Isaac llevaba la leña sobre sus hombros: un sacrificio vivo, avanzando hacia su muerte. Durante el camino, Isaac notó que algo no estaba bien. Entonces, le hizo una pregunta a su padre. Así continúa la historia de Isaac.
¿Dónde está el sacrificio?
Génesis 22:7-8: Isaac le preguntó:
—Aquí tenemos la leña y el fuego pero ¿dónde está el cordero que vamos a sacrificar?
Abraham respondió:
—Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.
Dios proveerá
Llegaron al lugar que Dios le había indicado. Construyeron un altar y colocaron la leña. En algún momento, Abraham le confesó a Isaac que Dios le había pedido sacrificarlo. Sollozando, Isaac le suplicó a su padre que no lo matara. Se miraron a los ojos, ambos llorando, respirando con dificultad. Después de un largo rato de llanto y súplicas, Isaac se rindió, y su papá lo ayudó a subir al altar. Entre sollozos y ruegos silenciosos, Abraham levantó el cuchillo. Pero el ángel del Señor lo interrumpió, diciéndole que se detuviera, que no dañara a Isaac. De repente, vieron un cordero enredado en un arbusto, y Abraham lo ofreció en sacrificio a Dios.
Aunque fue una prueba para ambos —padre e hijo—, ¿podría Isaac confiar en Dios y en su padre después de esto? El texto no lo dice, pero imagino que antes de sacrificar el cordero, Abraham bajó a Isaac del altar. Lo abrazó con fuerza, pidiéndole perdón, repitiéndole una y otra vez cuánto lo amaba. Se quedaron sentados, abrazados, llorando en silencio. Isaac le confesó lo asustado que estaba, y Abraham le aseguró que jamás le habría hecho daño si no fuera por el mandato de Dios. Isaac le dijo que lo entendía, que no guardaba rencor ni a él ni a Dios. Tal vez su fe en Dios se volvió más fuerte, en parte por esta experiencia traumática que vivió en su juventud.
Isaac y Rebeca
Cuando Isaac tenía alrededor de treinta y cinco años, su madre Sara falleció. La pérdida lo dejó profundamente desconsolado, y durante los cinco años siguientes, ni siquiera pensó en el placer de casarse. Abraham, ya anciano y deseando ver a su hijo felizmente unido, encargó a un siervo de confianza que viajara a su tierra natal en busca de una esposa para Isaac. El siervo obedeció, y por la providencia de Dios, encontró a Rebeca, sobrina de Abraham. Regresó con ella, dispuesto a presentarla a Isaac. Así continuamos con la historia, leyendo sobre el primer encuentro entre Isaac y Rebeca.
¿Amor a primera vista?
Génesis 24:63-67: Isaac salió a caminar al campo y vio que venían unos camellos. Rebeca levantó su mirada y vio a Isaac. Luego se bajó del camello y le dijo al siervo:
—¿Quién es ese hombre que viene por el campo hacia nosotros?
El siervo respondió:
—Es mi amo.
Entonces Rebeca tomó su velo y se tapó la cara. El siervo le contó a Isaac todo lo que le había pasado. Después Isaac llevó a Rebeca a la carpa de Sara, su mamá, y se casó con ella. Isaac amó a Rebeca y así se consoló de la muerte de su mamá.
Isaac amaba a Rebeca
El siervo le contó a Isaac todo lo sucedido. Como era el más antiguo y leal servidor de Abraham, Isaac confiaba plenamente en él y no dudó en casarse con Rebeca de inmediato. La llevó a vivir en la carpa que había pertenecido a su madre, y pronto Isaac la amó profundamente.
Una gran hambruna azotó la región donde Isaac y su caravana estaban acampando. Ante la escasez, Isaac decidió partir hacia Egipto en busca de refugio. Pero en el camino, Dios se le apareció y le dijo: “No desciendas a Egipto. Quédate en la tierra que te mostraré. Esta será la herencia de tus descendientes.” Isaac obedeció, aunque muchos de los suyos le suplicaban continuar hacia Egipto. Él eligió confiar en Dios antes que en el juicio de los hombres.
El hombre envidado
Isaac creía en el Dios de su padre, y tenía Su bendición adondequiera que se fuera. Por lo tanto, muchos hombres lo envidiaban, por lo rico que era, por su bella esposa Rebeca, y por su cercanía con Dios.
Como su padre Abraham, Isaac se casó con una mujer bella. Los hombres del territorio de Guerar comenzaron a preguntar por Rebeca. Temiendo que lo mataran si descubrían que era su esposa, Isaac les mintió, diciendo que era su hermana. Así continúa la historia, mientras los hombres filisteos —incluso el rey Abimélec— envidiaban a Isaac por su riqueza, su esposa, y la evidente bendición de Dios sobre su vida.
¡Esa mujer es tu esposa!
Génesis 26:8-9: Cuando Isaac llevaba ya mucho tiempo viviendo ahí, mientras el rey Abimélec de los filisteos miraba por una ventana, vio a Isaac acariciando a su esposa Rebeca. Abimélec llamó a Isaac y le dijo:
—¡Esa mujer es tu esposa! ¿Por qué dijiste que era tu hermana?
Isaac le respondió:
—Porque pensé que ustedes me matarían para quedarse con ella.
Pensé que ustedes me matarían
Dios se mostraba fiel a Isaac. Aun en medio de una hambruna, lo bendecía abundantemente, y llegó a enriquecerse. Aunque heredó todos los bienes, riquezas y siervos de su padre, y no tenía necesidad de trabajar, Isaac trabajaba arduamente junto a su familia y sus siervos. La bendición de Dios era evidente para los filisteos, y como resultado, lo envidiaron y lo expulsaron de su territorio. Así continúa la historia, revelando cuán profunda era la envidia de los filisteos ante las riquezas de Isaac.
Rico, con bella esposa, y la bendición de Dios
Génesis 26:12-16: Isaac sembró semilla en esas tierras y en ese mismo año reunió una cosecha 100 veces mayor. El SEÑOR lo bendijo y él se convirtió en un hombre rico. Luego progresó tanto que llegó a tener muchas posesiones. Tenía tantas ovejas, ganado y esclavos que les dio envidia a los filisteos. Los siervos del papá de Isaac habían cavado muchos pozos durante la vida de Abraham. Los filisteos taparon esos pozos llenándolos con tierra.
Después Abimélec le dijo a Isaac:
—Vete de aquí, te has vuelto más poderoso que nosotros.
Vete de aquí
Los filisteos de Guerar envidiaban tanto a Isaac que lo expulsaron de su territorio. Entonces, Isaac comenzó a reparar los pozos que su padre había construido, pero que los filisteos habían llenado de tierra tras la muerte de Abraham. Además, sus siervos cavaron nuevos pozos. Pero los pastores filisteos del valle de Guerar pelearon con los siervos de Isaac, reclamando que toda el agua encontrada les pertenecía. A pesar de los conflictos, los siervos de Isaac siguieron cavando hasta que construyeron un pozo que no fue disputado. Al tener finalmente un pozo propio, sin necesidad de pelear, Isaac lo tomó como una señal de que Dios los prosperaría en el valle.
Después de un tiempo, Abimélec visitó a Isaac en su campamento en Guerar. Aunque en el pasado lo habían expulsado, esta vez Abimélec vino en paz, deseando hacer un pacto. Isaac les preguntó por qué lo buscaban ahora, si antes lo habían rechazado. No era tanto odio como envidia: temían que Isaac llegara a ser aún más poderoso que su padre. Así como Abraham había hecho un pacto con Abimélec, Isaac también lo hizo con el rey. Isaac ofreció un gran banquete; todos comieron, bebieron y bailaron hasta entrada la noche. Al amanecer, Isaac y Abimélec sellaron un pacto de no hacerse daño mutuamente.
Esaú era el favorito de Isaac
Cuando Isaac ya era anciano y casi ciego, llamó a su hijo preferido, Esaú, y le pidió que saliera a cazar un animal, lo preparara como a él le gustaba, y se lo trajera. Esaú partió en busca de un venado. Isaac, consciente de que su muerte podía estar cerca, no quiso morir sin antes otorgarle a su favorito la bendición del primogénito.
Es interesante notar que, aunque Isaac tenía la bendición de Dios, estaba casi ciego. ¿Significa esto que había perdido el favor de Dios? No. Dios nunca promete salud ni riquezas, sino vida eterna y perfecta para quienes ponen su fe en Él. En este lado de la eternidad, marcado por el pecado, enfrentamos enfermedades, injusticias y la muerte. Pero la fidelidad de Dios permanece, incluso cuando nuestros cuerpos se debilitan.
Isaac sabía que Esaú no seguía a Dios, pero aun así deseaba darle la bendición del primogénito. Esto nos lleva a preguntarnos por qué estaba tan decidido a bendecir a su favorito, en lugar del hijo que agradaba a Dios, Jacob. Rebeca, que había escuchado su conversación en secreto, no quiso que Esaú recibiera esa bendición. Habló con Jacob, le contó todo lo que había oído, y lo instruyó para que usurpara el lugar de su hermano y así recibiera la bendición de Isaac.
Jacob obedeció: mató dos cabras, y Rebeca las cocinó. Aquí notamos algo curioso: Jacob mató cabras, animales domésticos. No se cazan cabras, se crían. ¿No notaría Isaac la diferencia entre el sabor de una cabra y el de un animal silvestre? Tal vez sí, pero su ceguera no era solo física. Isaac estaba espiritualmente desenfocado, aferrado a su afecto por Esaú más que a la voluntad de Dios. Sin embargo, Dios permitió que la bendición llegara a quien Él había elegido desde el principio.
Recordamos que Jacob y Esaú no se parecían en absoluto. Jacob se lo mencionó a su madre: si su padre lo tocaba, sabría que intentaba engañarlo. Pensando rápidamente, Rebeca fue a la carpa de Esaú, tomó su mejor ropa y vistió a Jacob con ella. Luego, tomó las pieles de las cabras y las colocó sobre los brazos y el cuello de su hijo amado. Con el corazón temblando, Jacob entró en la tienda de su padre, el patriarca.
Isaac no estaba convencido de que fuera Esaú quien le había traído la comida. Le preguntó cuál de sus hijos era, y Jacob respondió que era Esaú, con lo que había cazado, para recibir su bendición. Aunque casi ciego, Isaac no era ingenuo; recordamos que era un hombre inteligente y hábil en los negocios. Entonces le hizo una pregunta lógica: ¿Cómo había logrado cazar, regresar y cocinar tan rápidamente? Jacob respondió que Dios lo había ayudado—una respuesta que, sin duda, su padre apreciaría. Pero Isaac aún no estaba convencido. Así continúa la historia, mientras leemos cómo Jacob logró engañar a su padre.
¿Eres Esaú de verdad?
Génesis 27:21-23: Luego Isaac le dijo a Jacob:
—Hijo mío, acércate que te quiero tocar para saber si en verdad tú eres mi hijo Esaú.
Jacob se acercó a su papá, él lo tocó y dijo:
—Tu voz parece la de Jacob, pero tus brazos se sienten como los de Esaú.
Isaac no lo reconoció porque los brazos estaban velludos como los de su hermano Esaú, entonces lo bendijo.
Patriarca engañado
Aun con todo el esfuerzo que Rebeca había puesto en el engaño, algo no convenció a Isaac. Le preguntó de nuevo si realmente era Esaú. Vale la pena notar que era poco común que Isaac estuviera solo en su tienda. Especialmente después de perder la vista, lo más probable es que tuviera al menos un siervo a su lado, ayudándole a moverse por la carpa y a manejar asuntos relacionados con sus negocios. Pero en esta escena, parece que estaban solo él y Jacob. Fue un momento íntimo, cargado de tensión, donde la vulnerabilidad de Isaac se encuentra con la astucia de su hijo.
Comió un poco de la carne que su hijo le trajo: tenía ese sabor que tanto le agradaba. Curiosamente, no pudo distinguir entre la cabra que Rebeca había preparado y la caza silvestre que creía preferir. Pidió entonces que su hijo se acercara y le diera un beso. Engañado por el olor de sus ropas y el tacto velludo de sus brazos, Isaac sintió que no tenía más opción que confiar. Y así, con una mezcla de duda y resignación, le otorgó la bendición a Jacob. La historia continúa con esa bendición que cambiaría el curso de sus vidas.
El menor recibe la primogenitura
Génesis 27:27-29: Jacob se acercó y le dio un beso. Isaac le olió la ropa y lo bendijo. Isaac dijo:
«Miren, el olor de mi hijo es como el olor de un campo que el SEÑOR ha bendecido. Que el Dios te dé mucho rocío del cielo, campos fértiles y abundancia de cosechas y vinos. Que pueblos te sirvan, y naciones se inclinen ante ti. Que tú gobiernes sobre tus hermanos, y los hijos de tu mamá se arrodillen ante ti. Que quienes te maldigan, sean malditos, y quienes te bendigan, sean benditos».
Una bendición de Dios
Debemos reconocer que esta bendición no provino de Isaac, sino de Dios mismo. Incluía autoridad sobre todo el campamento tras la muerte de su padre, y que naciones enteras lo servirán. Conociendo a Esaú como lo conocía, ¿cómo podía Isaac pensar en bendecir de ese modo a un hombre pagano? Isaac era inteligente y sabio, pero además de su ceguera física, estaba ciego ante la maldad de su hijo favorito—una verdad que no quiso ver.
Justo después de que la bendición fue pronunciada, Esaú regresó. Entró en la carpa de su padre con entusiasmo, llevando el asado que había preparado, ansioso por recibir la bendición que tanto anhelaba. Pero Isaac, temblando por lo que acababa de ocurrir, le preguntó con incredulidad: “¿Quién eres tú?” Esaú, confundido por la pregunta, creyó que su padre estaba perdiendo el juicio, y respondió con naturalidad: “Soy Esaú, tu primogénito.” Fue entonces cuando Isaac comprendió la verdad: su hijo menor lo había engañado. Y así continúa la historia, con la reacción de Isaac—una mezcla de asombro, temblor y reconocimiento de que, incluso en el engaño, Dios había obrado.
¿Quién bendije?
Génesis 27:33-35: Entonces Isaac se puso furioso y dijo:
—¿Cómo? ¿Quién fue el que cazó un animal y me lo trajo? Me lo comí todo y le di mi bendición antes de que tú vinieras. Ahora él será el que tendrá la bendición.
Cuando Esaú escuchó esto, lanzó un grito grande y amargo y le dijo a su papá:
—Papá, dame a mí también tu bendición.
Isaac dijo:
—Tu hermano vino, me engañó y tomó tu bendición.
Tu hermano me engañó
Esaú no comprendió la naturaleza de la bendición que su hermano había recibido: era la bendición de Dios, irrevocable, sellada. No había nada que pudiera hacer para revertirla. Pero aún así, deseaba desesperadamente una bendición—cualquier bendición—de parte de su padre. Isaac, conmovido pero firme, resistió. Entonces Esaú rompió en llanto, gritando con angustia. Su dolor era tan profundo que Isaac, finalmente, pronunció una bendición… una muy distinta a la que había dado a Jacob. Y así leemos la bendición que, más que promesa, parecía maldición.
Una bendición, ¿o una maldición?
Génesis 27:37, 39-40: Isaac le respondió a Esaú:
—Le di a él control sobre ti, a todos sus hermanos como siervos y también abundancia de cosechas y vino. ¿Qué puedo darte a ti, hijo mío?
Entonces Isaac le dijo:
«No vivirás en buenas tierras, y no recibirás mucha lluvia. Tendrás que pelear para vivir, y serás esclavo de tu hermano. Pero cuando estés listo, te separarás de su control».
Tu mentalidad te esclavizará a tu hermano
Esencialmente, Isaac le dijo que sería esclavo de Jacob hasta que dejara de odiarlo y lo mismo es verdad de nosotros. Unos veinte años pasaron, y Jacob regresó a Canaán: por fin los gemelos hacen las paces.
Cuando tenía 180 años, Isaac murió en Hebrón, la tierra donde vivía toda su vida, y fue enterrado por sus dos hijos.
En esencia, Isaac le dijo a Esaú que viviría bajo el yugo de Jacob hasta que dejara de odiarlo. Y esa misma verdad se aplica a nosotros: no hay verdadera libertad mientras el corazón esté atado al rencor. Pasaron unos veinte años, y Jacob regresó a Canaán. Finalmente, los gemelos hicieron las paces.
Cuando Isaac tenía 180 años, murió en Hebrón, la tierra donde había vivido toda su vida. Fue enterrado por sus dos hijos, juntos.
Reflexión:
1. Isaac fue engañado por Jacob y Rebeca, pero Dios usó ese engaño para cumplir Su plan. ¿Cómo puedes confiar en que Dios puede obrar incluso en medio de situaciones difíciles o injustas en tu vida?
2. Isaac no solo perdió la vista física, sino que parecía ciego a la condición espiritual de su hijo favorito. ¿En qué áreas de tu vida podrías estar ignorando señales espirituales importantes por afecto, costumbre o miedo, y cómo puedes pedir a Dios que te dé claridad para ver con ojos de fe?