¿Quién era Esaú?

Primogénito peludo, cazador capaz, pagano peligroso

¿Quién era Esaú? Era el primogénito de Isaac y Rebeca, pero no recibió la bendición de la primogenitura. Esaú y Jacob eran gemelos, pero no se parecían en absoluto física ni emocionalmente. Esaú era un cazador pagano, y estableció el pueblo de Edom, enemigo de Israel. En este estudio echamos un vistazo a la vida de Esaú, y por qué Dios no lo escogió para establecer el pueblo de Israel.

Como Sara —la suegra que nunca llegó a conocer— Rebeca, esposa de Isaac, también tuvo dificultades para concebir un bebé. Isaac oró por ella; Dios lo escuchó, y Rebeca quedó embarazada. No sabemos cuántos años tenía Rebeca cuando dio a luz, pero Isaac tenía sesenta. Se había casado con ella a los cuarenta, así que, al igual que su padre Abraham, esperó muchos años antes de ver nacer a sus descendientes.

El embarazo de Rebeca fue doloroso. Así comienza la historia de Esaú y Jacob, con una escena que revela por qué aquel embarazo le causó tanto sufrimiento.

Los bebés peleaban dentro de su vientre

Génesis 25:22-23: Los bebés peleaban dentro de su vientre y Rebeca se preguntó: «¿Por qué me está pasando esto a mí?», así que consultó al SEÑOR. El SEÑOR le respondió: «Tienes a dos naciones dentro de tu vientre. Van a nacer de ti los líderes de dos familias y serán separados. Uno de tus hijos será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor».

Los gemelos son muy distintos

Los gemelos no podrían haber sido más distintos. El primogénito, Esaú, era pelirrojo y tenía el cuerpo cubierto de vello, mientras que el menor, Jacob, nació más pequeño y salió del vientre agarrado al talón de su hermano. En hebreo, Esaú significa “velludo”, mientras que Jacob puede traducirse como “talón” o “suplantador”. A Esaú le gustaba estar al aire libre y se convirtió en un excelente cazador. Era atlético, pero no destacaba por su inteligencia ni por su capacidad estratégica.

Jacob, por su parte, era reservado e inteligente. Prefería quedarse en el campamento, cocinando y aprendiendo a manejar los negocios de su padre, lo cual requería saber leer y contar. Era hábil para convencer y manipular, aunque no destacaba por su fuerza física ni por sus habilidades como cazador. Esaú era el favorito de Isaac, mientras que Jacob lo era de Rebeca. Aunque Jacob tenía una naturaleza engañosa, deseaba agradar tanto a sus padres como a Dios. Esaú, en cambio, vivía como un pagano: no le interesaban las cosas de Dios ni buscaba la aprobación de sus padres. En la carta a los Romanos, en el Nuevo Testamento, Pablo reflexiona sobre la diferencia entre los gemelos y cómo Dios los percibió desde antes de su nacimiento.

Romanos 9:11-13: Antes del nacimiento de los niños, Dios le anunció a Rebeca: «El hijo mayor va a ser siervo del menor». Lo dijo así para demostrar que ese era su plan. Dios eligió a ese niño para demostrar que él elige a quien quiere, y su elección no dependió de lo que los niños hubieran hecho.

Dios eligió a Jacob y rechazó a Esaú

En el mundo antiguo, ser el primogénito implicaba convertirse en el líder de la familia tras la muerte del padre y recibir una doble porción de la herencia. Desde muy joven, Jacob se mostraba más responsable y deseaba obtener la primogenitura. Siempre estaba atento a cualquier oportunidad que le permitiera adquirir los derechos del hijo mayor. En una de esas ocasiones, Jacob estaba cocinando pan y una sopa de lentejas cuando Esaú regresó del campo, exhausto y hambriento. Le pidió a su hermano menor algo de comer. El intercambio que siguió es un claro ejemplo de la falta de vínculo entre los hermanos. Así continúa la historia: con el engaño de Jacob y la indiferencia de Esaú hacia el valor de su primogenitura.

Véndeme los derechos por ser el mayor

Génesis 25:30-34: y [Esaú] le dijo a Jacob:

—Estoy exhausto, déjame comer un poco de esa sopa roja que tienes ahí…

Pero Jacob dijo:

—Véndeme los derechos que tú tienes por ser el hijo mayor de nuestro papá.

Esaú dijo:

—Estoy que me muero de hambre, y muerto no me serviría de nada toda la riqueza de mi papá.

Jacob dijo:

—Antes, prométeme que me darás tus derechos de hijo mayor.

Entonces Esaú se lo prometió y así le vendió a Jacob los derechos que él tenía por ser hijo mayor.  Entonces Jacob le dio pan y sopa de lentejas a Esaú, quien comió y bebió, y luego se levantó y se fue. De esta manera demostró lo poco que le importaban sus derechos de ser el hijo mayor.

A Esaú no le importaba ser el primogénito

Por ser el mayor, Esaú —y no Jacob— era quien debía heredar la descendencia prometida por Dios. Pero a Esaú no le interesaban las promesas de Dios ni la cercanía que su padre y su abuelo habían tenido con Él. Vivía en el momento, sin detenerse a reflexionar sobre asuntos espirituales. Cazaba, disfrutaba de placeres terrenales junto a sus esposas paganas y sus compañeros de caza. Si Esaú hubiera sido el próximo líder de la tribu, el destino habría sido muy distinto: los descendientes de Abraham habrían seguido dioses falsos y se habrían mezclado con los pueblos de Canaán- aún más de lo que ya hicieron.

Es curioso que fuera Jacob quien estaba cocinando, y no una sierva ni una de las mujeres, considerando que tradicionalmente, cocinar era tarea femenina. Este detalle sugiere que Jacob pasó mucho tiempo con su madre, aprendiendo de ella y absorbiendo su visión del mundo. Por otro lado, Esaú claramente no iba a morir por faltar una comida, incluso si pasaba dos o tres días sin comer. Pero el hambre y el cansancio lo dominaron, y buscó aliviar su incomodidad física de inmediato, entregando lo más valioso que poseía. La primogenitura no se puede vender como si fuera un objeto; seguramente Jacob lo sabía. Pero quiso probar cuán fácil era engañar a su hermano —y cuán poco le importaba a Esaú aquello que debía proteger.

A los 40 años, Esaú se casó

Cuando Esaú cumplió cuarenta años, tomó por esposas a dos mujeres hititas: Judit y Basemat. Estas mujeres introdujeron prácticas paganas en el campamento, amargando la vida de sus suegros. Ni siquiera en su elección matrimonial mostró obediencia a sus padres. Para mayor disgusto de Isaac y Rebeca, Esaú viajó a un territorio egipcio, y tomó una tercera esposa: Majalat, hija de su tío Ismael.

Una bendición para Israel

Jacob engañó a su padre y este le dio su bendición. Esta bendición nos recuerda la que Dios le dio a Abraham; debemos reconocer que no provino simplemente de Isaac, sino de Dios mismo. Incluía el liderazgo sobre todo el campamento tras la muerte de Isaac y la continuidad de la promesa de Dios.

Justo después de que Jacob recibió la bendición, Esaú regresó del campo. Entró en la carpa de su padre, emocionado, listo para que Isaac probara su asado y le otorgara la bendición. Pero Isaac, incrédulo, le preguntó quién era. Esaú, pensando que su padre realmente estaba perdiendo el juicio, respondió con naturalidad: “Soy Esaú.” Fue entonces cuando Isaac comprendió que su hijo menor lo había engañado. Así continúa la historia, con la reacción de Isaac ante el descubrimiento.

Esaú lanzó un grito grande y amargo

Génesis 27:33-35: Entonces Isaac se puso furioso y dijo:

—¿Cómo? ¿Quién fue el que cazó un animal y me lo trajo? Me lo comí todo y le di mi bendición antes de que tú vinieras. Ahora él será el que tendrá la bendición.

Cuando Esaú escuchó esto, lanzó un grito grande y amargo y le dijo a su papá:

—Papá, dame a mí también tu bendición.

Isaac dijo:

—Tu hermano vino, me engañó y tomó tu bendición.

¿Esaú tenía la culpa?

Rebeca y Jacob seguramente sabían que Isaac y Esaú descubrirían el engaño de inmediato, por eso se apresuraron a preparar el asado. Furioso, Esaú maldijo a su gemelo, exclamando que fue la segunda vez que Jacob lo había engañado—sin asumir ninguna responsabilidad por haber vendido su primogenitura por un plato de guisado y pan. Esaú no actuaba con sabiduría; vivía sometido a sus emociones y reacciones.

Vemos que no comprendió el alcance de la bendición que Jacob acababa de recibir: era la bendición de Dios, irrevocable, y no había nada que pudiera hacer para revertirla. Aun así, angelaba recibir alguna bendición de su padre—lo que fuera. Isaac se resistió, pero Esaú comenzó a llorar con gritos desesperados. Finalmente, Isaac le dio una bendición muy distinta a la que había dado a Jacob. Así continúa la historia: con una bendición que parecía más una maldición.

¿No has guardado una bendición para mí?

Genesis 27:37, 39-40: Isaac le respondió a Esaú:

—Le di a él control sobre ti, a todos sus hermanos como siervos y también abundancia de cosechas y vino. ¿Qué puedo darte a ti, hijo mío?

Entonces Isaac le dijo: «No vivirás en buenas tierras, y no recibirás mucha lluvia. Tendrás que pelear para vivir, y serás esclavo de tu hermano. Pero cuando estés listo,
te separarás de su control».

Serás esclavo de tu hermano

Esaú salió de la tienda de su padre sin poder creer lo que acababa de suceder. Estaba rabioso: Jacob le había robado la bendición que, según él, le pertenecía por derecho. Y en lugar de recibirla, obtuvo lo que parecía una maldición. Con cada respiro, su odio por Jacob crecía. Isaac le había dicho que sería esclavo de su hermano, y ese odio terminó esclavizándolo a Jacob.

Aunque Isaac no lo expresó, el miedo de Jacob ante lo que Esaú pudiera hacerle lo llevó a vivir en Jarán, donde trabajó prácticamente sin paga para su tío Labán. Ambos hermanos quedaron atrapados: uno por su rencor, el otro por su temor.

Esaú pensaba que a su padre le quedaba muy poco tiempo de vida. Cuando Isaac muriera, planeaba matar a Jacob. Pero aun si lo mataba, la bendición que Isaac había dado a Jacob no pasaría a Esaú. Rebeca, al enterarse del plan de su hijo mayor, no iba a permitir que todo lo que había hecho para asegurarle la bendición a su hijo preferido se echara a perder.

Reunión con Esaú

Después de engañar a su padre para obtener la bendición del primogénito, Jacob tuvo que huir de la furia de su hermano, para que no lo matara. Antes de partir, su madre le prometió enviarle un mensajero que le informara cuando Esaú se hubiera calmado y fuera seguro regresar. Lo que iba a ser unas semanas en Padán Aram se convirtió en más de veinte años. Durante todo ese tiempo, no recibió ningún mensaje que confirmara que podía volver. En la mente de Jacob, eso significaba que Esaú todavía quería matarlo.

Llegó el día en que, a pesar de que no supiera si fuera seguro regresar, Jacob tomó la decisión de volver al campamento de su padre. Su familia y sus siervos lo acompañaron en su trayecto hasta entrar en la región donde vivía Esaú. Al enterarse de esto, Jacob quiso evitar una tragedia, y envió a sus siervos para comunicarle a Esaú que había entrado en su territorio. Así continúa la historia, con lo que Jacob les instruyó a sus siervos.

Mensaje bajo presión

Génesis 32:4-5: Les dijo: «Díganle esto a mi señor Esaú: “Su siervo Jacob le manda decir: He vivido con Labán todos estos años. Tengo ganado, burros, ovejas, esclavos y esclavas. Mi señor, te mando este mensaje para pedir que nos aceptes”».

Te mando este mensaje para pedir que nos aceptes

Notamos que Jacob llama a su hermano “mi señor” varias veces a lo largo de su encuentro. Esta expresión transmite un nivel de respeto excesivamente formal, y pone distancia entre ambos: Esaú como amo, y Jacob como siervo. La historia no relata los detalles del intercambio entre los siervos de Jacob y Esaú, pero cuando regresaron a Jacob, le dieron una noticia que seguramente le paralizó el corazón: Esaú venía a recibirlo con cuatrocientos hombres.

La mente de Jacob corría; su sangre se enfrió. ¿Iba a perderlo todo? Y si Esaú venía en paz, ¿por qué no ofreció una palabra de consuelo a los siervos de Jacob? Si ya no le guardaba rencor, ¿por qué recibir a su hermano con cuatrocientos hombres?

Jacob dividió a su gente, los rebaños, el ganado y los camellos en dos grupos, pensando que si Esaú lograba destruir el primero, el segundo podría escapar.

Jacob instruyó a sus siervos que fueran por delante con unos 550 animales de sus rebaños, para regalárselos a Esaú. Pensaba que, con tantos obsequios, su hermano se calmaría y lo recibiría con amabilidad.

A la mañana siguiente, Jacob se enfrentó a su peor pesadilla: vio a lo lejos a Esaú, acompañado por 400 hombres. Como había hecho con sus rebaños, dividió a sus mujeres y niños en grupos. Él mismo se colocó al frente, y al acercarse a su hermano, se inclinó siete veces —el número bíblico que representa la plenitud.

Así continúa la historia con el tan esperado reencuentro entre Jacob y Esaú. ¿Esaú lo iba a matar o perdonar?

El odio convertido en amor

Génesis 33:4-5: Pero Esaú corrió a su encuentro y lo abrazó. Le lanzó sus brazos alrededor del cuello y lo besó. Los dos lloraron. Después Esaú vio a las mujeres y a los niños, y preguntó:

—¿Quiénes son los que están contigo?

Jacob respondió:

—Estos son los hijos que Dios me ha dado a mí, tu siervo.

En vez de matarlo, lo abrazó

Como lector, no sabemos en qué momento el corazón de Esaú se ablandó, ni qué esperar de su reencuentro. Jacob tampoco lo esperaba. Aunque el texto no nos dice cuándo ocurrió, el resentimiento y la furia de Esaú fueron reemplazados por amor fraternal. No mencionó nada del pasado; parecía que lo había perdonado… incluso olvidado.

Jacob le presentó a sus mujeres e hijos, quienes se acercaron a Esaú e hicieron reverencias ante él. Pero Esaú no deseaba las pertenencias de Jacob. Estaba contento con lo que tenía.

Así continúa la historia: con la primera conversación entre los hermanos, después de tantos años de separación.

Quédate con tus cosas

Génesis 33:8-11: Esaú preguntó:

—¿Qué sentido tenía mandar todos esos grupos con los que me encontré?

Jacob respondió:

—Esos eran para que me aceptaras, mi señor.

Entonces Esaú dijo:

—¡Hermano, yo ya tengo suficiente! Quédate con tus cosas.

Pero Jacob dijo:

—¡No! Por favor, si en verdad me aceptas, recibe mis regalos. Para mí verte es como ver la cara de Dios. Estoy feliz de que me hayas aceptado.  Te ruego que aceptes mi bendición que te traigo. Dios ha sido bueno conmigo, y yo tengo todo lo que necesito.

Entonces Jacob le rogó y Esaú aceptó. 

Jacob estaba aliviado, pero no confiaba

Quizás más adelante Jacob lamentaría haber entregado a su hermano un obsequio tan valioso. Pero en ese momento, sentía un diluvio de alivio: Esaú no lo mató, ni a ninguno de los suyos.

Esaú lo animó a seguir su camino bajo la protección de él y sus hombres. Pero era evidente que Jacob no confiaba en su hermano. En lugar de aceptar la propuesta, le dio el pretexto de que sus hijos y animales no podrían avanzar mucho en un solo día. Entonces Esaú insistió en dejar al menos algunos de sus hombres para cuidarlos. Pero Jacob también rechazó esa oferta, diciendo que ya era suficiente con la amabilidad que le había mostrado. Quizás pensaba que el buen humor de Esaú podía cambiar en cualquier momento.

Con el paso del tiempo, Esaú se convirtió en un hombre rico, y ya no sentía que le faltara nada que la bendición de su padre le hubiera podido otorgar. Como Isaac le había dicho más de veinte años atrás, cuando estuviera listo, dejaría de ser controlado por el odio y la envidia hacia su hermano. Y así fue: Esaú regresó con sus hombres, calmado, sin guardar rencor a Jacob.

Sin embargo, nunca siguió a Dios. Tenía cuatro esposas paganas y varios hijos. Poco después de reencontrarse con Jacob, su padre murió, y ambos hermanos lo enterraron juntos.

Así concluye la historia de Esaú; él se convirtió en el padre de la nación de Edom, un pueblo pagano y enemigo de Israel.

Jacob es Israel, Esaú es Edom

36:6-8: Luego Esaú tomó sus esposas, sus hijos, sus hijas, y toda la gente que vivía con él. También se llevó su ganado, todos sus otros animales y todo lo que había conseguido en Canaán. Se fue a vivir a otra tierra, lejos de su hermano Jacob.  El ganado de Jacob y el ganado de Esaú aumentaron tanto que no era posible vivir todos juntos en la tierra de Canaán. Entonces Esaú se fue a vivir a la región montañosa de Seír. Esaú también es llamado Edom.

 

Ambos hermanos llegaron a ser muy ricos, pero solo Jacob siguió a Dios. Esaú, aunque reconciliado con su hermano, nunca caminó en obediencia a Dios. Esta es la última vez que lo vemos en la narrativa del Antiguo Testamento. Mucho tiempo después, en el Nuevo Testamento, Esaú es mencionado como un ejemplo que no debemos seguir: un hombre que despreció lo sagrado por lo inmediato, y que no valoró lo eterno.

“Que nadie sea inmoral ni profano como Esaú, quien por una sola comida vendió su primogenitura.” (Hebreos 12:16)

1.      ¿Qué deseos o heridas personales podrían llevarme, como a Esaú, a despreciar lo sagrado por lo inmediato, y cómo puedo tener una visión más eterna en mis decisiones?

2.      ¿En qué momentos he buscado bendición sin transformación, como Esaú, esperando que Dios me dé algo sin que mi corazón esté dispuesto a cambiar?

3.      ¿Qué revela la historia de Esaú sobre cómo nuestras decisiones, incluso las que parecen pequeñas o impulsivas, pueden moldear y tener impacto en el futuro?

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